Defense! Defense! ¿Qué amante de los deportes americanos no ha oído alguna vez a una afición de la NBA, sea cual sea esta, gritar a la franquicia de sus “amores” (esto da para un artículo, así que lo trataremos en otra ocasión) como posesa que defiendan? Pocos, y quien no, no tiene más que darse una vuelta por Internet. Un “cántico” que, por desgracia para muchos, se tuvo que popularizar en la liga norteamericana de baloncesto (muchas veces prima más el ataque y los marcadores abultados en pos de un “mayor espectáculo”), pero que en el béisbol, gracias al pitcher, es impensable. O al menos no a esas magnitudes.
A un inexperto en el béisbol hay dos cosas que le echan para atrás especialmente: una, y por encima del resto, la duración de los encuentros; y dos, lo ajustados, tirando a cero, de muchos resultados. Mientras la liga se “devana” los sesos intentando acortar, a su manera, los partidos, nosotros seguimos disfrutando embobados del juego de la pelota. Un deporte en el que tender a 0 no significa falta de emoción, intensidad y calidad, como si pasa en otros, sino justo lo contrario, sobre todo a nivel de las Grandes Ligas (en otros casos es diferente). Aquí números bajos es la mejor carta de presentación para el pitcher o lanzador en español (dejando clara su función dentro del campo). Una tarea que lleva de manera meticulosa. Su ritual en pos de volver loco al bateador de turno es hipnótico. Para ello se alza en su montículo, vislumbra las ordenes de su entrenador y lanza, cual cañón militar, la pelota en dirección del guante del catcher. Mientras, por el camino, según quien sea el que tenga que batear o lo que quiera conseguir, la pelota se marcará una trayectoria u otra. Y si consigue su objetivo, los fanáticos, entre los que nos encontramos y esperamos que vosotros, nuestros lectores, también lo estéis, gritaremos como posesos. Entonces los neofitos, aquellos a los que estamos intentando inculcar las bondades y bellezas del béisbol, nos mirarán raro: ¿por qué se alegran más de ello que de ver a los bateadores de su equipo conseguir anotar?
Pongamos una analogía: en el béisbol de las grandes ligas, gracias a sus limites salariales, la calidad de los equipos es, más o menos, salvo grandes excepciones, bastante pareja. Todos tienen una delantera que hace goles (los bateadores), ya sea de falta directa (los jonrones) o de rebote (robando bases como buen ladrón del diamante); incluso una buena defensa, esa que, salvo cambios durante el partido, componen con la alineación del día (aquí nadie se libra de defender), es decir, los 9 jugadores de campo. Pero no todos tienen, aunque lo intentan, un buen portero (los pitchers). Un jugador que sepa parar (lanzar misiles de corto alcance) la ofensiva contraria y que lleve, como os comentábamos anteriormente, a su equipo a tender a 0, valga la redundancia. Una propensión que se torna en belleza cuando el pitcher no solo consigue ir eliminando contrarios, sino que, encima, lo hace con calidad (para un fan del béisbol, y si no lo sois, cuando os pique el gusto por él lo sabréis, no hay nada más orgásmico que un strikeout o ponche). Tanto que todos en algún momento de nuestra vida hemos fantaseado, ya sea despiertos durante la retransmisión de un partido o soñando en la cama, con estar ahí, levantando un cartel con una K mayúscula, hecho a mano con todo el cariño del mundo, mientras nos desgañitamos de felicidad. Y, si encima, eso sucede en octubre, en plena postemporada, cuando los campos se llenan de gente (¿donde estabais hace tres meses, allá por la mitad de la semana, cuando a las 12 de la mañana hacía 95º F -35º C-?), mejor que mejor.
Aunque, claro está, no todos los pitchers son iguales. Primero están los starting pitchers, que a la postre también son los aces, aquellos por los que el equipo se ha dejado medio presupuesto en busca de asegurar victorias cada vez que se suben a la loma; luego el grueso de la rotación relevista (o reliefs en inglés), compuesta por cinco nombres, más o menos, aquellos que dan empaque al día a día (sí, aquí se juega 6 de 7 días a la semana); y finalmente la rotación cerradora (o closers en inglés), con su correspondiente ace y rotación, que es la que se encarga de dar la puntilla y acabar el encuentro (o en su defecto, y en el peor de los casos, intentar remar y remontar las adversidades ocurridas durante el partido). Todos tienen, aunque sea en mayor o menor medida, su importancia y de ahí que esta semana hayamos decidido dedicarles unas palabras de agradecimiento, porque al final es lo que es esta entrada de The Spanish Bat Boy.
Un reconocimiento que se merecen día si, día también, porque al final son ellos los que, gracias a su portentoso y/o habilidoso brazo, consiguen (o no) que los equipos vayan (o eso intentan) para arriba en la clasificación. Y claro está, como esos cracks que todos conocemos y que nos meten hasta en la sopa los medios deportivos de buena parte del mundo, pero, sobre todo, en España, donde hay demasiado “ombliguismo”, los hay mejores y menos mejores (nunca diremos malos, porque para llegar a las Grandes Ligas hay que tener una calidad que ya querríamos muchos). La lista es larga y varía en función de gustos (equipo, forma de lanzar, nacionalidad, personalidad…). Hablamos de los Kershaw, Scherzer, Syndergaard, Sale, Bumgarner, Oh!tani, Verlander (oh, amado Verlander)… Porque donde esté un buen pitcher que se quite el resto.
P.D. Si queréis saber más acerca de las estadísticas básicas por las que se puede medir a un pitcher os remitimos al artículo de Àlex Soler en Pitcheos Salvajes; y, una vez os hagáis de la religión de los pitchers, esa que todo buen amante del béisbol venera, tenéis el de Àngel Lluis Carrillo, más avanzado.
[Fotos: Clayton Kershaw (CC BY-NC-ND 2.0) Dinur @ Flickr | Seven and counting… (CC BY-NC-ND 2.0) phoca2004 @ Flickr]