Obra y milagros de Tom Seaver
Toda franquicia deportiva, todo club, todo país o ciudad y hasta toda religión necesitan un mito fundacional. Una figura que les de sentido. Un héroe alrededor del cual construir su idiosincrasia. Los musulmanes tienen a Mahoma, la Antigua Roma tuvo a Rómulo y Remo, en España a Don Pelayo y en Sudamerica a Bolivar. Los Yankees tienen a Ruth, el Madrid a Bernabéu y los Celtics a Bill Rusell.
En 1967 los New York Mets eran el hazmereir del panorama deportivo americano. La franquicia se había creado en 1962 con la intención de ocupar el hueco que había dejado la marcha de los Dodgers y los Giants a California (por eso los colores elegidos fueron el azul de los Dodgers y el naranja de los Giants). No se puede decir que hubieran tenido mucho éxito. En esas primeras cinco temporadas los Mets acumularon récords bochornosos. El balance total fue de 260-457.
Entonces a los Mets les toco la lotería. En el Draft de 1966 los Braves seleccionaron a un chico de California al que los Dodgers dejaron marchar en el ’65 tras no llegar a un acuerdo económico. Su nombre era Tom Seaver. Pero los Braves cometieron una serie de irregularidades en la selección y el comisionado decidió hacer un sorteo entre las franquicias interesadas para ver quien se hacía finalmente con sus servicios. Los Indians, los Mets y los propios Braves fueron los únicos que se presentaron. Los de la Gran Manzana fueron los afortunados.
Te puede interesar: Mejores jugadores de la historia del béisbol
Tom Seaver nació en Fresno, California, al final de la Segunda Guerra Mundial. Creció en un suburbio idílico y en una época feliz. Los Estados Unidos eran los buenos, el capitalismo funcionaba y aún no habían irrumpido la drogas, el sexo ni el rock and roll.
Creció siendo un enamorado del béisbol. Jugando en el equipo de las Little Leagues y soñando con emular a sus ídolos: Sandy Koufax y Hank Aaron. Pero desde muy joven tuvo claro que no eran más que cosas de niños. Tom Seaver fue un chaval pequeño: bajo y más bien delgado. Siempre supo que ya no el profesionalismo, si no que hasta una beca universitaria le quedaba muy lejos. Es por eso que trabajó primero en un almacén y luego se alistó en los marines. Su plan era ahorrar dinero para poder costearse la carrera de odontología.
Su trabajo en el almacén y el entrenamiento militar coincidieron con su estirón. En el ´64, cuando tenía 20 años, Tom alcanzó el 1.90 y ganó unos 15 kilos. De la noche a la mañana se convirtió en un «armario empotrado» que dominaba los lanzamientos quebrados y que ahora era capaz de lanzar por encima de las 90 millas. Las puertas del mundo del béisbol se le habían vuelto a abrir.
Los Trojans de la Universidad del Sur de California (USC), programa beisbolero por excelencia en aquellos años, no lo dudaron y en la primavera de 1964 le ofrecieron una beca. Tom Seaver arrasó en su primer año. Sus entrenadores sabían que no era el mejor, pero su determinación, su autoexigencia y sus ganas de ganar lo convertían en un pitcher único. Los Dodgers le draftearon al año siguiente, pero no se llegó a un acuerdo económico. El joven scout de la franquicia angelina que llevó a cabo aquella negociación se llamaba Tommy Lasorda. Dejó una frase para la historia: «Buena suerte con tu carrera de dentista».
Tras otro año en la universidad llegó a los Mets por el fallo garrafal de los Braves. Cambiaría la historia de la franquicia para siempre. Así lo recuerda Howie Rose, encargado de retransmitir los partidos de los Mets: «La gente que lo vio en su temporada de novato tuvo la sensación de que por fin se había encontrado a un jugador especial. De que era alguien que podía ayudar a los Mets a hacer cosas bonitas».
Lo mismo opinaron de él los entrenadores. Este es el piropo que le echo veterano Solly Hemus cuando le vio en las instalaciones de los Mets es Florida: «Tiene la cabeza de un tío de 35 años en el cuerpo de uno de 21. Normalmente tenemos que lidiar con un brazo que parece de una persona de 35 pegado a una cabeza de 21».
En 1966 Tom Seaver rindió a buen nivel en las Menores. Su ERA en Triple A fue un ilusionante 3.13 pero en la Gran Manzana no estaban preparados para ver lo que estaba por venir. Nueva York se puso a sus pies la siguiente temporada. En 1967 se empezó a forjar la leyenda de Tom Terrific.
Una campañas le bastó a Tom Seaver para convertirse en uno de los ídolos deportivos de la ciudad de Nueva York. Poco importó que jugase en un equipo con una anemia ofensiva que resultaba desesperante. En su primera campaña se hizo con el premio de Novato del Año y jugó el primero de sus 12 All Stars.
Repitió el éxito personal en el ’68. En su segunda campaña en el Gran Show acumuló un ERA de 2.20 y un récord de 16-12. Además consiguió alcanzar por primera vez los 200 strikeouts en una sola temporada (lo lograría hasta en 10 ocasiones durante su carrera siendo nueve de ellas en años consecutivos).
En 1969 Seaver alcanzó definitivamente la inmortalidad. Su temporada fue brillante. Ganó el Cy Young y acabó segundo en las votaciones del MVP. El 9 de julio en un Shea Stadium absolutamente entregado completó su partido «imperfecto» ante los Cubs. Fue capaz de retirar a los 25 primeros bateadores que enfrentó. Solo un sencillo del rookie Johnny Qualls en la novena le quitó el que hubiese sido el décimo juego perfecto de la historia. Nueve años después el Béisbol le recompensó con un no-hitter.
Pero lo verdaderamente importante de aquel año es que los Mets firmaron una de las temporadas más memorables que se recuerdan. Eran un equipo que aún no había conseguido un balance positivo en sus siete años de existencia. El año no empezó bien. El 19 de agosto los de Nueva York estaban a 9.5 victorias de los Cubs, líderes de la Liga Nacional Este. Los Cubbies parecían imparables. Tenían una ofensiva muy potente en la que destacaban Ernie Banks, Ron Santo y Billy Williams. Pero un gato negro se cruzó en su camino… o quizás solo se encontraron con Tom Seaver.
Entre el 19 de agosto y el final de la temporada regular Seaver realizó nueve aperturas en las que acumuló un ERA de 1.71. Ocho de ellas fueron partidos completos, tres fueron blanqueadas. Un auténtico tour de force que permitió a los Mets hacerse con la división contra todo pronóstico. Pocas veces se ha visto a un solo jugador cargar con todo el peso de un equipo como Seaver lo hizo aquel año. «El momento de los Cubs había llegado,» diría el propio ace sobre las opciones que el equipo de Chicago tenía de hacerse finalmente con las Series Mundiales. «Su único problema ha sido que se han encontrado con los Amazin’ Mets.»
Barrieron a los Braves en las Series de Campeonato y se plantaron en el Clásico de Otoño. Allí les esperaban los Orioles de Earl Weaver, uno de los equipos más brillantes de la historia. Una escuadra capaz de jugar cuatro Series Mundiales en seis años. Los Mets parecían una simple comparsa. Sus bateadores una sesión de bullpen para una de las rotaciones más dominante que jamás haya existido. «El milagro de los Mets está cerca de terminar», titularía un periódico de Baltimore.
Tom Seaver abrió la Serie. Los Orioles le machacaron. Cuatro carreras en cinco entradas. Volvió a la lomita cuatro días después con un 2-1 favorable para los Mets. Lanzó una obra de arte que le dejó destrozado: diez entradas en las que solo permitió una carrera. Acabó el juego agotado física y mentalmente. Le pidió a sus compañeros que por favor ganaran al día siguiente. No quería volver a enfrentarse a Baltimore.
Y el milagro se produjo. Los Mets ganaron el quinto partido y se hicieron con las Series Mundiales. Nadie lo creía. Ni el propio Seaver que durante las celebraciones en el vestuario no paraba de gritar «¡¡Es precioso, es precioso!!». Es en ese momento cuando él, un hombre conservador que había servido con los marines pronunció una frase que ya se había puesto en sus labios unos días antes: «Si los Mets pueden ganar las Series Mundiales, nosotros podemos salir de Vietnam».
El título hizo que Seaver (y su mujer Nancy) alcanzara el estatus de estrella absoluta de la época. El matrimonio fue un auténtico fenómeno mediático. Protagonizaron anuncios y coparon las páginas de sociedad. Pero eso no distrajo a Seaver. Año tras año se comportó como un lanzador dominante. Acumuló un All Star tras otro y convirtió las temporadas con ERA por debajo de tres y más de 200 ponches en algo habitual.
Los éxitos personales de Seaver no fueron acompañados por un buen rendimiento del equipo. El pitcher consiguió convertir sus duelos ante Bob Gibson o la Big Red Machine en auténtico clásicos, pero los Mets deambularon sin rumbo por la liga. Solo volvieron a los playoffs en 1973, cuando casi consiguen vencer a los A’s en las Series Mundiales. Allí Seaver y Catfish Hunter nos dejaron dos enfrentamientos para la historia.
Las relaciones entre los Mets y Seaver se fueron deteriorando poco a poco. La gerencia fue incapaz de juntar un equipo competitivo que satisficiera las exigencias de su estrella. Además Seaver iba viendo como jugadores muy inferiores a él conseguían contratos millonarios que los Mets se negaban a darle. En 15 de junio de 1977 el corazón de Queens y todo Nueva York se partió en dos. Seaver fue traspasado a los Reds.
Cincinnati estaba en lo más alto de su dinastía. Había ganado dos Series Mundiales consecutivas y tenían una ofensiva potentísima. Un ace del calibre de Seaver les hacía invencibles. Al menos en teoría… Los éxitos nos fueron los esperados. Los Dodgers de Lasorda irrumpieron con fuerza en el la división Oeste de la Liga Nacional y se convirtieron en los grandes dominadores.
Aún así Seaver disfrutó mucho trabajando con un catcher de primer nivel como Johnny Bench. Es evidente que sus mejores años ya habían pasado pero consiguió firmar cinco buenas temporadas, incluido un no hitter en 1978.
Después de una segunda y breve aventura con los Mets en el ’83 Seaver recaló en los White Sox. Allí tiene la oportunidad de trabajar con Carlton Fisk, el otro gran receptor de aquella época. Y es precisamente en Chicago donde alcanza las cifras que le colocan sin ningún tipo de duda entre los mejores de la historia: 300 victorias y 3000 strikeouts.
Se dice que los números de Seaver no fueron mejores por el flojo nivel de aquellos Mets en los que jugó durante más de la mitad de su carrera. Que de haber estado en un equipo mejor hubiera acumulado muchas más victorias, un ERA inferior y quizás más Series Mundiales. Puede ser. Nunca lo sabremos. Lo que sabemos es que haber jugado en esos Mets le convirtió en leyenda. Él le dio sentido a esa franquicia. Los Mets son algo gracias a Tom Terrific.