Desde mi casa de Charlestown no veo por muy poco el Monstruo Verde pero sí que veo el triángulo rojo de Citgo. Y suelo verlo cada mañana desde la ventana de la cocina mientras me tomo un buen desayuno o cuando la Señora O’Reilly pasa por delante de la ventana para saludarme mientras Fenway, su perro, le mira con cara de chucho triste, como diciendo: pregúntale por los Red Sox.
Este 2020, que como dice la camiseta que llevo puesta: “2020 Sucks. I miss Sports”, ha sido el año de la Covid-19, la pandemia y el aislamiento. El año de las burbujas de la NBA y NHL y el año de los Red Sox jugando en un Fenway Park vacío y triste porque Fenway está triste, lo sé, no me digáis que lo expliqué pero lo sé.
El otro día me bajé en Kenmore, anduve hasta el puente “Big Papi”, no había gente, no estaba el chaval de las camisetas, ni el de las revistas, sí que impresiona ver bien grande, Black Lives Matter, cuando justo estás pasando el puente de “Big a Papi”, otra de las cosas del 2020. Luego me di una vuelta por la oficina de tickets, cerrada. Y la tienda, cerrada. Uno no sabe qué ocurre si es que hoy no hay partido porque juegan fuera pero ni siquiera hay cola para hacer el tour de Fenway. Entonces te cruzas con alguien que lleva mascarilla, como tú y te das cuenta de que estás igual de triste que el Monstruo Verde.
No echo de menos el béisbol porque ya estoy sin béisbol muchos meses al año y como se suele decir, solo hay dos temporadas: invierno y béisbol. Por eso inventaron la NBA, la NHL y la NFL para entretenernos en invierno. Pero como decía no echo de menos el béisbol, echo de menos con quién veía el béisbol.
Echo de menos el ritual del día de partido, adaptar toda la jornada a la hora del partido. Echo de menos la cola de la Red Sox Nation. Echo de menos la práctica de bateo desde el Monstruo Verde y a mi nuevo mejor amigo Santana. Echo de menos ver a Uri antes de los partidos y que cuente cosas del pitcher rival y que si ganamos, esa noche nos vayamos de parranda. Y echo de menos a Drew, el técnico de Uri, que siempre tiene algún cromo para regalarme.
Echo de menos a Waylon que entre el trabajo, el tráfico y sus cuatro hijos siempre llega tarde al partido, pero llega. Echo de menos a Andy y a su mujer, abonados desde hace 50 años. Este año íbamos a celebrarlo todos, eso nos dijo. Todavía no nos hemos visto pero los celebraremos, tarde pero lo haremos.
Echo de menos a Zack, siempre tiene que tener la razón, siempre sabe cuántas carreras le van a hacer a nuestro pitcher titular y siempre me hace un descuento especial por ser ambos de Charlestown (espero que tu jefe no lea esto). Por cierto, el otro día lo vi por Bunker Hill y como muchos a los que el béisbol les encanta, también le encanta trabajar en el béisbol. Pero en estos tiempos de estadios vacíos… no fue una conversación agradable la que tuvimos sobre el futuro cercano.
Echo de menos a Big Terrence, dos metros y cinco centímetros de puro Boston Pride. Ya en el colegio me defendió muchas veces y no hay partido de los Red Sox que no me pase a saludarlo por su puesto de seguridad. Echo de menos a los turistas con sus gorras impolutas que huelen a nuevo, sus hojas de partido, los móviles echando humo y cómo no, haciéndose fotos a todas horas y en todas las entradas porque cuando ves turistas en un partido de los Red Sox sentados en el asiento que Brian tiene a la venta, es que esa temporada van bien en la clasificación.
Echo de menos el Sweet Caroline. Echo de menos los sonidos de Joe, 35 años vendiendo perritos calientes, haga sol, llueva o truene, vayamos 5 arriba o 20 abajo, siempre sonriendo y gritando su… Hottttt Dok!!! Echo de menos la canción country cuando Benintendi va a batear. Echo de menos a Mike, tres asientos detrás del mío, gritando a los lanzadores que se toman su tiempo: “Vamos hombre! Mi mujer lanza más rápido que tú!!!”
Echo de menos ir a Sully’s cuando los Red Sox juegan fuera y ver el partido con unas Bud Light. Echo de menos los precios de la Bud Light en Sully’s. Echo de menos ir a casa de Justin los domingos para ver a los Red Sox.
Echo de menos lo que significa que haya partido de los Red Sox.
No sé si volveremos a vivir como antes, no sé si volveremos a ver un partido de los Red Sox como antes y no sé si volveremos a ser los mismos de antes. Pero creo que aunque solo sea por poder ir a ver un partido de los Red Sox a Fenway, merece la pena ponerse la mascarilla, respetar las recomendaciones sanitarias y hacer todo lo posible –cada uno a su manera– para que vuelva pronto a haber un día en el que diga.
“Hoy juegan los Red Sox en Fenway. Hoy va a ser un buen día.”