El equipo de este octubre del que más me apetecía disfrutar eran los Minnesota Twins. Un tanto estúpido eso de “me apetecía”. Qué le importa al lector lo que me apetezca a mí. Pero bueno, digamos que esa apetencia se debía a que un buen papel de los Twins en los playoffs, una hipotética llegada y/o victoria en el Clásico de Otoño, hubiera propiciado que la prensa recordara a aquellos Twins del ‘87 y del ‘91, ya hace 30 años…
Como los Yankees los devoraron a las primeras de cambio en las Series Divisionales y el papel de Minnesota este octubre acabó siendo anecdótico se va a encargar servidor del tributo. Pongan el “Don’t Call Them Twinkies” de The Baseball Project a todo volumen y disfruten.
En 1991 los Twins ganaron las segundas Series Mundiales de su historia (las terceras si se quieren contar la de 1924, cuando eran los Washington Senators). Fueron las segundas en cinco años tras las conseguidas en 1987. El punto y final a la era dorada de la franquicia.
El denominador común de esos dos títulos fue el talento salido del sistema de granjas y la apuesta por la gente de la casa. El manager del equipo era un jovencísimo Tom Kelly que aún no había alcanzado el estatus de leyenda. Un chico de la Minnesota rural que tras varias temporadas dando tumbos por las Menores acabó dirigiendo al equipo de sus sueños cuando solo tenía 36 años. Su mano derecha y coach de bateo era una leyenda de los Twins de los setenta: el ex jardinero cubano Tony Oliva.
Las grandes estrellas del equipo eran dos midwesterns boys: el outfielder Kirby Puckett y el primera base Kent Hrbek. Dos peloteros criados en la organización, que pasaron toda su carrera en Minnesota y que acabaron viendo sus dorsales retirados. Puckett era una reencarnación diestra de Oliva que había tenido a bien nacer en Illinois. Hrbek fue Joe Mauer antes de que Mauer existiera. El chico de Minneapolis que tras destacar en el instituto fue drafteado por el equipo de su ciudad. El preferido de la afición y uno de los mejores defensores que ha tenido la primera almohadilla.
En el título del ‘87 la dupla Puckett-Hrbek encontró un aliado perfecto en Frank Viola. Un lanzador zurdo con etiqueta gourmet. Viola, originario de Nueva York pero drafteado por los Twins en el ‘81, conquistó el corazón de los Minnesotans con su estilo refinado y su lanzamiento estrella: la circle change. Su apodo, ‘Sweet Music’, lo dice todo. Fue el MVP de las Series Mundiales y ganó el Cy Young en 1988.
En 1991 el núcleo del equipo seguía siendo ese poker formado por Kelly y Oliva en la banca y Puckett y Hrbek en el campo. Viola se había ido a los Mets en el ‘89 y para sustituirle los Twins apostaron por un chico de la tierra. Jack Morris había sido uno de los grandes pitchers de los ochenta, pero a los 36 años parecía que su mejor versión ya había quedado atrás.
Su temporada regular fue solvente. Ayudó al equipo pero no se puede decir que enamorara. En el Clásico de Otoño, sin embargo, firmó una actuación histórica que le valió para ganar el MVP. Tres aperturas, 23 entradas lanzadas y un ERA de 1.17 frente a los Braves de Tom Glavine y John Smoltz.
Aquellas Series Mundiales fueron unas de las mejores de la historia. En 2003 la ESPN incluso se atrevió a catalogarlas como las mejores. Se recuerda, sobretodo, el séptimo partido. El del duelo mágico entre Morris y Smoltz. Pero todos fueron especiales. Cinco se decidieron por una carrera de diferencia, cuatro tuvieron walk off hits y tres se fueron a las entradas extras.
Ya saben lo que pueden hacer este invierno. Busquen los partidos en el “tubo” y sean Minnesotans por unas horas. “Vivir, con el alma aferrada a un dulce recuerdo, que lloro otra vez”.