Debía de tener unos 12 ó 14 años cuando mi pasión por el fútbol alcanzó su grado máximo. Lo sabía todo, lo veía todo y a pesar de ser un paquete jugaba con más entusiasmo que la mayoría de los niños. Leer, leía poco. Comics de DC más algo de Lovecraft y Doyle durante los veranos. Siempre y cuando no hubiera Mundial o Eurocopa y el Tour me lo permitiera.
Mis padres andaban algo preocupados. “Este chico todo el día con el fútbol. Le da poco al negro sobre blanco”. Hasta que mi padre me pasó un texto de Javier Marías en el que este elaboraba un once literario del siglo XX. Quede fascinado. Poco después disfruté como un enano leyendo su “Salvajes y Sentimentales”. Eso, una columna concreta del ciclista Pedro Horrillo (aunque todas son imprescindibles) y las crónicas de Carlos Arribas me hicieron comprender que leer sobre deporte es tan bonito como verlo. Y así me enganche a la lectura.
Como he dicho esa alineación futbolera de escritores de Marías me marcó. Era una ocurrencia tan tonta como divertida. Se me ocurrió que quizás, algún día, podría imitarle. Y por fin me he decidido, pero con el béisbol.
El criterio elegido para seleccionar a los escritores-peloteros es sencillo: que sean originarios de países con tradición beisbolera y que durante su vida ya existiera el deporte (1850 en adelante más o menos). Allá vamos…
Robert Frost dijo que los poetas son como los pitchers. Así que no nos queda más remedio que elegir a uno como abridor. Y quién mejor que Walt Whitman. Piensen en él como un lanzador salvaje e instintivo.
Los catchers con tipos duros. Se llevan muchos pelotazos, se encaran con los umpires y son los primeros en sacudirse con los bateadores rivales. Además les toca bajarles los humos a los pitchers, siempre muy dados a las divagaciones. Nos quedamos con Norman Mailer.
En primera se necesita a un slugger. A un pegador de home runs. Stephen King es el elegido. Un tipo despreciado por los intelectualillos pero con una obra que va mucho más allá del terror holliwoodiense más palomitero.
El middle infield es fundamental. El núcleo defensivo del equipo. Nadie mejor que Mark Twain para aguantar los slides duros en la segunda almohadilla. Y en el campocorto un cubano elegante que creó escuela: Alejo Carpentier.
La “esquina caliente” para un dandy al que siempre le gustó la polémica. Tom Wolfe garantiza mucho desplazamiento lateral en defensa y buen promedio de bateo.
En los jardines combinamos a un peso pesado, a un verso libre y a otro que acabó siendo escritor porque no valió para pelotero. El exterior central para Jack London. Poco que añadir. El izquierdo, ese cajón de sastre, para Kurt Vonnegut. Un bate indescifrable para los lanzadores. Y el derecho para Leonardo Padura. La novela negra es imprescindible y ya se sabe que los domingos no son para ir a misa sino para jugar pelota.
Como bateador emergente o designado, dependiendo de la liga, Patricia Highsmith. Muchas bolas en juego y poder más que probado. Mientras que Jack Kerouac, que es una debilidad de la adolescencia, podría tener hueco como pinch runner. No pararía quieto entre las bases.
Isaac Asimov y Ray Bradbury serían los primeros en salir desde el bullpen. Pillarían a la ofensiva a pie cambiado una vez se hubiera acostumbrado al abridor. De closer un tipo frío y calculador. De esos a los que ni una rubia en deshabillé ni las bases llenas le ponen nervioso. Raymond Chandler parece el idoneo.
¿Y de manager? Ernest Hemingway es la caricatura de un entrenador de béisbol. Con él se cierra el equipo.
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