El otro día veía por recomendación de Héctor Pérez el séptimo partido de las Series Mundiales de 1979. Pirates y Orioles, dos de los equipos más dominantes de los setenta, luchaban por conseguir el último título de la década.
Había peloteros muy importantes en ambas plantillas. En el roster de los Pirates encontramos a Willie Stargell, Dave Parker, Bert Blyleven o Kent Tekulve. Mientras que entre las estrellas de los Orioles estaban Jim Palmer, Dennis Martinez, Rick Dempsey o Eddie Murray. La lógica y la historia nos decían que las cosas a seguir eran el liderazgo de un Stargell crepuscular, el brillante trabajo de Dempsey en la receptoría, los poderosos swings de Murray y Parker o la peculiar manera de lanzar de Tekulve. Sin embargo, acabé enamorado de un middle infielder del que nunca había oído hablar
Su nombre era Tim Foli y lo primero que me llamó la atención fue su aspecto. El uniforme, la gorra retro, el bigote, las gafas… Lo siguiente que me hizo interesarme más de la cuenta por él fue su manera de agarrar el bate. No colocaba las manos pegadas al extremo inferior del mango, como hace todo el mundo, sino mucho más arriba, casi en la mitad del bate. El suyo era un swing curioso, muy defensivo, destinado a poner la bola en juego a toda costa. De hecho, esa fue su carta de presentación como bateador durante toda su carrera: muchas bolas en juego, poco poder, pocos ponches y todavía menos bases por bolas (en 1982 estableció un récord fue roto posteriormente al conseguir solo 14 boletos en 150 juegos).
El partido fue avanzando y Foli demostró ser un campocorto defensivo de lo más competente. Un seguro en la double play. Su carrera duró 16 años y siempre bateo en torno al .250 con unos perimetrales todavía más discretos que su promedio de bateo. Con esa ofensiva no se aguanta mucho en las Mayores a menos de que tú fildeo sea fiable. Y el de Foli lo era. Nunca ganó el Guante de Oro, la competencia era dura en aquellos años (Ozzie Smith, Dave Concepción…), pero fue uno de los mejores defensores de su época llegando a liderar la liga en dobles matanzas en dos ocasiones.
Comence a buscar más cosas sobre Foli en internet y rápidamente descubrí que lo que más se recuerda es su temperamento. Poco después de ser drafteado por los Mets con el pick número uno del draft de 1968 se ganó el mote que le acompañó durante toda su carrera: “Caballo Loco”. Era puro nervio. Sus compañeros decidieron darle ese sobrenombre porque cuanto estaba en el banquillo no paraba de moverse. Iba de un lado a otro gritando a todo el mundo. Dicen que parecía un indio esperando a que llegara el Séptimo de Caballería.
En 1971 Foli, fiel a su reputación, acabó llegando a las manos con Ed Kranepool, uno de los veteranos del equipo. Un año más tarde hizo lo propio con uno de los entrenadores. Los Mets, cansados de su comportamiento y decepcionados con su rendimiento, decidieron mandarlo a los Expos. Es en Montreal donde el infielder demostró que tenía calidad y arrestos suficientes como para labrarse una carrera en la MLB.
Se convirtió en uno de los middle infielders más duros y odiados de la liga. Los corredores se lo pensaban dos veces antes de hacer un slide cuando Foli estaba defiendo. En 1973 un choque brutal en la segunda almohadilla con Bob Watson de los Astros acabó con Foli en la enfermería. Tenía rota la mandíbula.
Los años en los Expos no fueron buenos a nivel colectivo, el equipo acabó siempre con récord negativo, pero valieron para que Foli se ganara una reputación de tío duro, competitivo y cumplidor. Tras un breve periplo en Giants y de nuevo en los Mets los Pirates se fijaron en él. Aspiraban a todo y necesitaban mercenarios con el colmillo retorcido. Foli encajó a la perfección. Llegó a Pittsburgh en abril y firmó la mejor temporada de su carrera. No solo rindió con el guante, sino que estuvo muy acertado con el bate.
Su mostacho, su manera de batear y su temperamento ya me habían ganado. A lo largo de aquel Pirates-Orioles del ‘79 que vi una noche de marzo de 2020 Foli se convirtió en uno de mis jugadores favoritos. Sus declaraciones tras el partido me unieron todavía más a él. En un vestuario de los Pirates abarrotado y en el que el mismísimo Jimmy Carter hacía entrega del trofeo del comisionado Foli se sinceró: “Si la gente no cree en los milagros yo tengo que creer. Un shortstop mediocre (se refiere a él mismo) es campeón del mundo”.
“Caballo Loco” Foli siempre en mi equipo.