“Había un fervor sobre su ser (Fernando Valenzuela) y la reacción de la multitud fue como nada que haya visto antes. He visto grandes lanzadores y ciudades que aman a los jugadores. Pero nunca he visto algo así, y no creo que lo vuelva a ver.” Vin Scully.
Fue uno de los movimientos sociales más genuinos y de mayor realce relacionados con el béisbol en los últimos cuarenta años. La Fernandomanía, como se le llamó a esta manifestación de aprecio hacía un beisbolista, se apoderó de la zona de Los Angeles en el comienzo de la década de 1980. Fernando Valenzuela era un pelotero admirado con vehemencia no solo por la comunidad hispanoparlante, también tuvo tintes de exaltación en otros sectores de la población.
Inicialmente, la idea de los dueños de los Dodgers era tener un pelotero que se identificara con la comunidad latinoamericana para incurrir económicamente en ese creciente mercado. Específicamente, se buscó a alguien que tuviera afinidad entre los mexicanos, los cuales conformaban en ese entonces más de un millón de habitantes en la ciudad.
Para este experimento los Dodgers apostaron por Fernando Valenzuela, él tomó el reto con profesionalismo y lo superó con creces, creó a su alrededor una revolución auténtica y espontánea por su manera de ser y de jugar. Rebasó las expectativas en todos los sentidos. Su imagen y persona era cautivante.
Para comprenderlo desde el punto de vista cultural comentaré las características de la población mexicana en Estados Unidos. Octavio Paz, premio Nobel de Literatura en 1990 escribió al respecto en su obra el Laberinto de la Soledad: “El mexicano, se encuentra en la búsqueda constante de su identidad cuando se haya fuera de su país”. Son personas por lo general jóvenes, que generan un porcentaje importante de la fuerza laboral estadounidense; suelen ser de bajos recursos económicos, predominan los que completaron con dificultad una educación escolar primaria e incurren principalmente en oficios como la agricultura y la construcción. Destaco también, que muchos tienen un gran deseo de superación y en ellos está arraigado un sentimiento constante de añoranza hacia sus raíces.
Este sector vio a Valenzuela como a uno más de ellos, alguien que compartía sus orígenes y con el mismo pundonor para querer sobresalir en sus funciones. Esa gente buscaba una referencia de identidad fuera de su país, Fernando les dio eso. Él era un joven de apenas 19 años; su fisonomía muy singular, siendo poco esbelto, de cabello largo, con rostro pueril y rasgos indígenas, proveniente de cuna humilde en una zona rural de México. Su manera de lanzar fue única al elevar demasiado su pierna para tomar impulso, su mirada que dirigía al cielo como implorando una bendición divina. Además, tenía un gran carisma y poseía un screwball demoledor, de época.
La expectativa crecía cuando iba a lanzar Fernando. El público acudía de forma masiva a los estadios, no importaba si el equipo angelino se presentaba como local o visitante. En 1981, su año de novato, en sus primeras doce aperturas desde el montículo en el Dodger Stadium se vendieron todas las entradas en once de ellos. Se puede decir que cambió el rostro de su estadio, en 1980 se estimaba que un 8% de los fanáticos era de ascendencia latina, para la siguiente temporada sumó más de 30%. Como visitante, ingresó a los parques una media de 13 mil espectadores más que ningún otro lanzador de Los Angeles, que tenía pitchers de la talla de Jerry Reuss, Rick Sutcliffe o Bob Welch.
No era para menos, “El Toro”, sorprendió a propios y extraños desde el principio. En sus primeras ocho aperturas maniató a las artillerías rivales, ganó 8 juegos, 7 fueron completos, 5 blanqueadas, 4 carreras limpias admitidas. En rachas de más de 80 innings lanzados, solo Bob Gibson que permitió 3 carreras limpias en 103 entradas lo supera en la historia del béisbol. El Gran Fernando permitió 4 en 89.2 innings. Otros grandes del calibre de Orel Hershiser y Don Drysdale les siguen con rachas inferiores.
La fanaticada en LA lo idolatraba, las mujeres abandonaban sus asientos en pleno partido e invadían el terreno para ir a tocarlo o para robarle un beso. Las personas coreaban su nombre y se rendían a sus pies. Incontables fueron las muestras de cariño hacía el novel jugador. La comunidad anglosajona deseaba aprender español, conocer un poco más de la cultura latina, también se sentían atraídos. Fernando siempre mantuvo un perfil bajo, pese a su juventud, mostraba una gran madurez dentro y fuera del parque.
En tiempos en que no era tan común el uso de traductores en la MLB, era tal el talento de Fernando Valenzuela que fue Mike Scioscia, el cátcher del equipo, quien tuvo que aprender castellano a solicitud expresa de la directiva de los Dodgers para poder comunicarse de manera más efectiva con su lanzador. Después y de manera oficial su traductor fue Jaime Jarrín, “la voz oficial de los Dodgers en español”.
La Fernandomanía también arribó a la política y los medios. En una invitación a la Casa Blanca de Ronald Reagan, quien fungía como presidente de los Estados Unidos, a su homólogo mexicano José López Portillo, también se invitó al propio Fernando y fue él quien acaparó la atención de ese día. Haciendo referencia a los medios, en esa época las transmisiones en español del equipo tuvieron el doble de audiencia que las transmisiones del legendario Vin Scully.
El mismo Vin Scully declaró en alguna ocasión: “En el béisbol, Fernando fue una experiencia religiosa. Se podía ver a padres de familia, de condición humilde, con sus pequeños hijos de la mano, usándolo como inspiración.” Fernando, fue el tipo de pelotero que atrajo en grandes cantidades a nuevos aficionados al deporte, personas que conocían poco del béisbol, pero querían ser parte de la emotividad y del magnetismo que emanaba.
Fernando inspiró a todo mundo, en 1981 fue el primer pitcher en conseguir los premios de Novato del año y Cy Young en el mismo año. Desde 1981 hasta 1986 acudió a sus 6 únicos Juegos de Estrellas. En el último, logró eliminar mediante la vía del strikeout a 5 jugadores consecutivos de la Liga Americana, lo cual constituye un récord en ese tipo de partidos empatado con Carl Hubbell. En esa secuencia se enfrentó a Don Mattingly, Cal Ripken, jr., Jesse Barfield, Lou Whitaker y por último a su compatriota Teddy Higuera. Rompió esa seguidilla Kirby Puckett a quien dominó con rodado al parador en corto.
De 1981 a 1987, Fernando Valenzuela ganó más juegos que ningún otro lanzador de la Liga Nacional. Ponchó a 1448 bateadores en total, siendo también el líder, le siguió un tal Nolan Ryan con 1438 strikeouts. Su ERA fue la segunda mejor, detrás del mismo Ryan. Tuvo 6 temporadas consecutivas con más de 250 innings lanzados. Debido a la tendencia actual de limitar a los lanzadores en sus lanzamientos para evitar lesiones, Valenuela podría ser el último abridor en conseguir ese logro. En 1988, el sobreuso de su brazo de lanzar le cobró factura, perdió buena parte de la temporada y no pudo participar en la Serie Mundial que los Dodgers derrotaron a los Oakland Athletics.
Después de ese año, Valenzuela no volvió a ser el mismo. Se mantuvo en MLB hasta 1997, sin lograr emular sus grandes temporadas. En 1990 como una muestra de su grandeza fue capaz de conseguir un no-hitter ante los St. Louis Cardinals.
Fernando Valenzuela se retiró, pero la Fernandomanía cimbró al deporte en aquellos años. Aún es común ver los jerseys con el legendario número 34 en la espalda al llegando al inmueble de Chávez Ravine, una señal inequívoca de que el fenómeno de los 80’s aún está vigente. Es una especie de misticismo que perdura, un ente que no lo puedes ver, pero sabes que está presente. ¡Olé por el gran Toro Valenzuela!