Dentro de mis siempre ridículos artículos, hoy recupero una de las secciones más absurdas: hablar de una canción justo el día que me voy de vacaciones. La canción es “Fortunate Son” del grupo norteamericano Creedence Clearwater Revival, y aparecía en el álbum “Willy and the poor boys” en 1969, pero ese dato no es relevante en mi historia, solo importa que si la música es la mejor magdalena de Proust, esta canción me transporta a los veranos de mi infancia en los 80:
Me lleva al interior de un viejo Renault 12 azul, que huele a los Winston de contrabando de mi padre, con la ventanilla de mi lado estropeada, y una abolladura en la parte derecha de la única vez que cogió el coche mi madre.
Recuerdo un viaje en ese coche de punta a punta de España: de Coruña a Xabia (Alicante), nos llevó literalmente el día entero. Una cosa que me quedó grabada fue que tras conducir más de 12 horas seguidas sin una protesta bajo un sol abrasador, nada más poner un pie en el destino, mi padre empezó a vomitar sin parar, fue como si no se hubiese permitido a sí mismo ponerse malo mientras nos llevaba a nosotros.
La música que sonaba dentro del coche durante estos largos viajes, para mi desgracia, la escogía mi padre.
Así que, a veces sonaba la canción: y cuando tras la batería empezaban a escucharse los primeros acordes de guitarra, mi padre se volvía loco de contento, se convertía en un dj ochentero hortera y la anunciaba alargando el nombre de la banda con el acento inglés del príncipe gitano: “¡¡¡Cridensssss clirgüoterrr rivaivaaaaaal!!!”.
En esos momentos no sabía dónde meterme. Pensaba que esa maldita banda ya tenía el nombre más ridículo que había oído jamás, no hacía falta que mi padre le aderezase vergüenza ajena.
Solo deseaba crecer para escoger la música que yo quisiese y no volver a escuchar a esa banda nunca más.
Así que aquí estoy, más de 30 años después cumplí mi amenaza y crecí.
La semana pasada, estaba en casa de mis padres, y les dije si podía ver un partido de baseball, mi madre escapó a tomar un café al bar más cercano, pero mi padre, convaleciente de una operación, no pudo escapar.
Vimos el partido juntos, era el primer partido que veía en su vida y me empezó a preguntar cosas sobre el juego: cuando se eliminaba un jugador, si el cátcher era un jugador fijo o iban rotando todos, por qué con un corredor en primera base el pitcher lanzaba la bola intentando cazarlo, ….
Y mientras le iba respondiendo y enseñando las reglas del baseball, me di cuenta de una cosa: al hombre que me enseñó casi todo en esta vida (a nadar, a andar en bici, a cumplir siempre cuando le das tu palabra a alguien, … ) ¡yo todavía no le había enseñando nada!, pero gracias a ese momento, por fin había empezado, y ya no tenía el marcador a cero, supongo que iremos 247-1…!pero por fin había empezado! . Muchas gracias, baseball.
No pierdo la esperanza en que pueda remontar ese marcador algún día, como decía Yogi Berra el partido “no se acaba, hasta que se acaba”.
De todas las posibles definiciones que escuché en mi vida, la que más gusta es que madurar es volver a admirar a tus padres, me gustaría pensar que a estas alturas de mi vida por fin lo he conseguido, pero me parece imposible: soy lo suficientemente maduro para reconocer que no existe nadie más inmaduro que yo.
Ese día, al salir de casa de mis padres, abro el Spotify, he crecido y por fin tengo toda la música del mundo a mi alcance,
El niño que un día fui, me mira sonriente, esperando ansioso lo que voy a escoger.
Entonces, le clavo un puñal directo al corazón.
–¿En serio? Me dice angustiado, ¿te gusta la música de la banda del nombre ridículo?
–Me encanta, y sobre todo lo que me recuerda.
Y no contento con eso, le inflijo la mayor humillación de todas, nada más sonar los primeros compases de “Fortunate son” , al instante me pongo contento y en mi mente se anuncia con tres palabras, que suenan…a ver como os lo explico para que lo entendáis: con una mezcla de dj hortera ochentero y el acento inglés del príncipe gitano.
Fortunate Son