Agustín Díaz nos escribe sobre la historia de Jefry Martes.
Los sueños, aunque la mayor parte del tiempo no lo parezcan, pueden ser peligrosos si es que uno está dispuesto a todo con tal de alcanzarlos. Y si el contexto en el que uno se cría y vive tiene tendencia a hacer lo imposible para poder cumplirlos porque ellos ofrecen la posible salvación económica, más todavía. En este caso, ese sueño era sobre béisbol y el anhelo fue llegar al pináculo de este deporte, la MLB. Pero la misma historia podría replicarse idéntica solamente cambiando la liga a la que se pretende alcanzar.
En un país que otorga tantos jugadores a la Major League Baseball y que sufre tanto con la pobreza como lo es República Dominicana, nada difícil es adivinar el sueño de los miles de niños que pasan sus días entre bates, homeruns, strikeouts y bases por bolas. Estados Unidos conoce bien esta realidad y exprime ese contexto hasta sacar la última gota de jugo. Pero esta nota no es para criticar esa actitud, no. Es más bien para contar la historia de uno de esos niños, que bien podría representar la de muchísimos más.
Jefry Martes amaba el béisbol. Hasta que se chocó con una pared tan dura que lo sacudió en cuerpo y alma e hizo que se alejara de él por cinco años. Luego volvería a jugar, sí, pero su carrera y sus objetivos con ella ya no serían lo mismos. Es que de pasar a estar firmado por los Pittsburgh Pirates a jugar en la incipiente pero poco competitiva Liga Argentina hay un largo tramo. “En Dominicana, cuando un jugador ya tiene 17, 18 ó 19 años, no lo quieren firmar por más condiciones que tenga. Yo iba a los tryouts, donde te ven los scouts, lanzaba 93/94 mph con 18 años y de repente aparecía un chico diciendo tener 16 y que tiraba lo mismo que yo… Yo sabía que en realidad él no tenía esa edad. Entonces a mí me ignoraban, porque para la MLB no vale la pena firmar a uno de 18 cuando hay otro que dice tener 16 y es el mismo proyecto de jugador. En ese entonces yo tenía un agente que sabía falsificar papeles y me preguntó si realmente quería firmar para Grandes Ligas. Obviamente, respondí que sí”, arrancó Jefry a contar su historia.

Y claro, en esa decisión iba a estar el futuro entero de este prospecto. Si salía bien y no lo atrapaban (como les pasa a tantos peloteros), sería un éxito. El riesgo siempre iba a estar latente. “Mi agente dijo que me iba a conseguir los papeles de otro niño. Me llevó para otra provincia, como a cinco horas de mi casa, donde yo no conocía a nadie. En la familia que me “adoptó”, que era bien pobre, me iban a hacer pasar por un chico de 15 años y tenía que durar un año y cuatro meses sin ir a mi verdadero hogar”, contó. El motivo de su forzada mudanza estaba bien claro: “Me pusieron de nombre Jean Carlo Osoria y tenía que vivir en esa casa para que en el barrio entero se creyeran que yo era el hijo de esa mujer, que había estado en la capital y ahora volvía al campo para vivir. Tenía que dormir en la casa de esa señora, ir a la escuela y hacerme amigo de los vecinos porque cuando te firman en Dominicana, los investigadores van al barrio con una foto tuya a hablar con la gente y preguntarles si te conocen, cómo te llamas y todo eso”.
Hasta ahí, y dejando de lado la polémica sobre la falsificación de documentos, todo iba saliendo bien. Pero eso no duraría mucho tiempo más. “Alguien me vendió. Una persona anónima llamó a la Major League y dijo que yo no me llamaba como habíamos dicho, que yo era Jefry y que todo había sido un montaje. Me suspendieron. Agradezco a Dios no haberme enterado nunca quién fue la persona que lo hizo porque sino ahora mismo estaría preso”, reveló todavía notablemente herido.

“Me arrepiento de haber hecho lo que hice, pero fue por necesidad y desesperación. Me arruiné la carrera. En la Major League saben que estas cosas suceden y agarran dinero de todo esto, no es un misterio. Cuando les conviene, los sobornan y no dicen nada. Ahora buscan chicos más jóvenes. Si andás por las calles de Dominicana vas a encontrar niños que dicen tener 13 años pero que tienen mi cuerpo, que tengo 26. Les meten muchos esteroides y mucho alimento, pero cuando van a firmar los limpian”, dijo Jefry, quien luego de eso fue a visitar a su padre en Argentina y encontró allí un nuevo mundo en el que comenzar de cero. “Estoy muy agradecido con este país porque me dio trabajo y reavivó mis ganas de jugar béisbol. Conocí a la gente de la Selección (Nota del Redactor: Los Gauchos ganaron el Campeonato Sudamericano 2018 de Buenos Aires y así clasificaron a los Panamericanos que se disputarán en Perú, en 2019) y me dijeron que necesitaban a un lanzador como yo. Estoy en pleno trámite de mi ciudadanía y me hace ilusión jugar con ellos, para devolverle a esta nación un poco de lo que me brindó a mí”, cerró Jefry.
Su sueño, a esta altura, cambió notoriamente y ya no puede apuntar tan arriba como lo supo hacer unos años atrás. Pero eso, al final de cuentas, no es tan malo.
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