Ni la magia de Fenway ni la inocua voluntad de los Red Sox pudieron con los Astros.
5 octubre. Red Sox 2-8 Astros.
6 octubre. Red Sox 2-8 Astros.
8 octubre. Astros 3-10 Red Sox.
9 octubre. Astros 5-4 Red Sox.
Todo estaba resuelto antes de empezar. Los dos equipos se había enfrentado en la última serie de la temporada regular y los Astros ya habían dejado clara su superioridad. No hubo grandes sorpresas. En los cuatro días que separaron el fin de la temporada regular y el inicio de los playoffs no se produjeron recuperaciones milagrosas ni pájaras antológicas. Paso lo que tenía que pasar. Ganó el mejor.
Los dos primeros partidos fueron dominados por la ofensiva de Houston, y quizás en ellos vimos la verdadera diferencia que existe entre los dos conjuntos. Un Chris Sale agotado y un Drew Pomeranz que siempre va acompañado de un interrogante fueron maltratados por los bates de los Astros.
El primer choque estuvo dominado por Jose Altuve. El segunda base pegó tres home runs en un único partido de postemporada, algo que solo nueve jugadores habían conseguido anteriormete. No le importó tener delante a Chris Sale, aprovechó los problemas del pitcher zurdo y espoleó a Reddick, Correa y Bregman, tres jugadores vitales para entender la victoria de los texanos.
El guión se repitió al día siguiente. Los Red Sox pensaban que estaban aún en el calentamiento y ya perdían 2-0. Cortesía de un doble homer de Carlos Correa que se fue de la serie con seis carreras impulsadas. Ni la buena actuación de David Price pudo ayudar a unos bates fríos como témpanos que fueron enterrados por las groundballs de Keuchel.
La serie se movió a Boston pero pocas cosas cambiaron, al menos en un primer momento… Cuando terminó el primer episodio del tercer juego los visitantes ya arrasaban (3-0), entre otras cosas por un nuevo doble homer de Correa. La barrida y la humillación parecían servidas. Entonces la magia de Fenway llegó al rescate.
La particular “geografía” de los jardines del estadio de los Red Sox se hizo notar. Primero ayudando a que Betts le robara un bambinazo de tres carreras a Reddick. Más tarde, cuando los Red Sox habían tomado ventaja por primera vez en la serie, certificando la victoria de los de Massachusetts cuando el propio Reddick vio como el mismo estadio que le había arrebatado tres carreras instantes antes se las devolvía, pero esta vez en contra.
Esta misma tarde todo eran consignas por la remontada y vivas al heroísmo. “Believe in Boston”, rezaba la bandera que sacó Hanley tras la victoria en el Game 3. Había que creer en el milagro. “Why not us?”. Y los que más creyeron en el milagro fueron los Astros.
Los de Finch estuvieron ausentes durante todo el partido. Superados por el ambiente y empeñados en ser un figurante necesario en la remontada de los Red Sox. Los acobardó un Sale disfrazado de Cid, pero la torpeza de Farrell acabó dejando la trampa al descubierto. En el octavo episodio, después de haber lanzado cuatro entradas, Sale volvió a la lomita para conceder un homer que empataba el partido. Farrell, superado por las circunstancias, se apresuró y metió a un Kimbrel aún frío en el campo.
Los Astros descubrieron que todo los que les había maniatado durante aquella tarde era de cartón piedra. Se sacudieron los complejos y dejaron que Carlos Beltran, que ya es mayorcito y no cree en mitos, les enseñara la senda de la victoria. Ni una nueva aparición de Fenway, que está vez le cedió un inside-the-park home run a Devers, les aguo la fiesta.