Andrew Fiedman llegó a los Los Ángeles en octubre del 2014. Se encontró con una franquicia un tanto chapada a la antigua que acumulaba contratos millonarios. El payroll de los Dodgers por aquellos años estaba en torno a los 300 millones de dólares. Para modernizar la organización Friedman se rodeó de algunas de las mentes más analíticas e innovadoras del momento. Farhan Zaidi llegó de Oakland y Josh Byrnes de los Padres.
Los Dodgers fueron capaces de desprenderse de sus contratos tóxicos y al mismo tiempo cuidaron el sistema de granjas con mimo. La fórmula de Friedman estaba clara: evitar la contratación de agentes libres que pidieran sueldos desorbitados, apostar por el talento criado en la organización y mucha estadística avanzada.
Sus hombres de confianza fueron capaces de peinar los fondos de armarios de otras franquicias y encontraron jugadores que no parecían gran cosa pero que poseían talentos ocultos. Justin Turner, Chris Taylor y Max Muncy son un claro ejemplo del modelo implementado por Friedman. Tres jugadores que estaban al borde de la retirada y que en los Dodgers se han convertido en piezas angulares de un equipo que aspira al anillo.
Los “descubrimientos” de Friedman no estaban solos. El cariño depositado en el sistema de granjas también dio frutos. Corey Seager fue Novato del Año en 2016, Cody Bellinger repitió en 2017 y Walker Buehler fue tercero en 2018.
La llegada de Friedman a los Dodgers parecía una unión ideal: la sabermetría más vanguardista y un presupuesto ilimitado. Un grupo de nerds respaldados por la pasta del Guggenheim Partners, uno de los grupos de inversión más importantes del mundo. Una máquina perfecta predestinada a llevar las Series Mundiales de vuelta al Sur de California.
En sus cinco temporadas al frente de los Dodgers Friedman acumula cinco títulos de división con una media de 97 victorias por campaña. Ha dominado el Oeste de la Liga Nacional. Si a esto le sumamos los dos títulos obtenidos antes de su llegada nos encontramos con que Los Ángeles han ganado la división siete veces en los últimos diez años. Un dato que vale para defender la candidatura de los Dodgers como la mejor escuadra de la década. Sin embargo no han ganado el Clásico de Otoño.
Puede que la derrotas que se produjeron en las Series Mundiales del 2017 y el 2018 se comenzaran a fraguar en 2016 y 2015. Puede que los problemas de espalda que Clayton Kershaw empezó a manifestar durante el 2016 y que tanto le han condicionado en los tres últimos años se gestaran en ese 2015 mágico y lleno de sobreesfuerzos en que firmó la mejor temporada de su carrera. O quizás la culpa de la derrota del 2018 se produjo en 2016, cuando a un novato como Corey Seager solo se le dió descanso en cinco ocasiones en su temporada de debut. Quizás ese sobrecarga es la que le condenó a la cirugía Tommy John que le hizo perderse todo el 2018. O quizás perdieron el día que los Red Sox decidieron firmar a un trotamundos segundón que acabó siendo el MVP de las Series Mundiales. O puede que el no haber pujado por ningún agente libre de relumbrón sea lo que ha lastrado a los Dodgers. O quizás ha sido todo un poco. Y es que el resultado de una temporada de la MLB depende de muchísimas variables y es imposible de predecir.
El problema de Friedman y otros muchos sabermetricos es que ven el béisbol como un sistema estable. Piensas que las ecuaciones diferenciales que resuelven sus súper ordenadores son suficientes. Pero el béisbol, especialmente en octubre, es puro caos. Billy Beane lo dejó claro hace muchos años: “Mi mierda no funciona en playoffs”.
Los únicos que pueden controlar algo el caos, es decir la imprevisibilidad del béisbol, son las estrellas. Esas estrellas que Friedman, a pesar de tener a su disposición todo el dinero del mundo, se niega a firmar por su fe ciega en los ordenadores. Esas estrellas que en los últimos años se han ido a Cubs, Astros, Red Sox y Nats y que les han ayudado a completar unas plantillas que ya eran muy competitivas pero a las que les faltaba algo.
Los Dodgers deben dejar de ignorar la existencia del caos y comprender que Gerrit Cole, Mookie Betts, Anthony Rendon, Francisco Lindor, Kris Bryant o Stephen Strasburg ayudan a suavizar sus efectos.
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