El año ‘94 se estrenó con el runrún de la huelga en el horizonte. Antes de que empezaran los entrenamientos primaverales ya se contemplaba con mucha fuerza la opción de que no hubiera temporada. Las posiciones del sindicato de jugadores y la MLB estaban a años luz. El 28 de julio la noticia se hacía oficial: los jugadores irían a la huelga el 12 de agosto.
Esa temporada no fue sencilla para nadie, pero en Seattle fue especialmente complicada. El 19 de julio los peloteros de los Mariners estaban calentando en el Kingdome, esa masa de hormigón en que jugaban sus partidos como locales. Cuando faltaba media hora para que se abrieran las puertas parte del techo se desprendió. No hubo heridos pero el estadio se cerró y los Mariners fueron obligados a jugar sus partidos como locales en otros estadios de las Mayores. Cuando la competición se suspendió por la huelga llevaban casi un mes sin jugar ante su público.
El ‘95 planteaba retos para la liga y cada uno de sus equipos. La huelga del año anterior había hecho que muchos aficionados le dieran la espalda al béisbol. Lo sucedido se había visto como una bronca entre millonarios: niñatos creídos y malcriados en un lado y viejos avariciosos y decrépitos en el otro. El objetivo número uno era recuperar el cariño de la afición.
Los Mariners no solo tenían esa misión, en la que además partían con cierta desventaja por haber pasado buena parte de la campaña anterior fuera de Seattle y por años de resultados deportivos nefastos, sino que necesitaban un nuevo estadio. El techo del Kingdome se había reformado, pero parecía imposible que aquel espanto aguantara mucho más en pie. El ayuntamiento propuso varias medidas para financiar la construcción de un nuevo estadio, pero no salieron adelante. En buena medida por la poca popularidad del equipo en la ciudad. Si el ‘94 había empezado con el rumor de la huelga el ‘95 lo hizo con el de la recolocación de los Mariners en otra ciudad.
El inicio de la temporada fue gris. A pesar de tener estrellas de la talla de Randy Johnson, Edgar Martínez o Ken Griffey Jr. los Mariners no parecían estar en disposición de competir. A finales de agosto el récord de Seattle era del .500 y los Angels, con doce victorias de ventaja, parecían inalcanzables. Pero se obró el milagro. Los de California empezaron a perder partidos de forma inexplicable y los Mariners a ganar. Cuando terminó la temporada regular ambos equipos estaban igualados. Randy Johnson estuvo inmisericorde en el partido de desempate. La ofensiva hizo el resto y por primera vez en su historia Seattle se coló en los playoffs.
El rival en las serie divisionales iban a ser los Yankees de Don Mattingly, Wade Boggs y Bernie Williams. Los dos primeros partidos fueron en el Bronx. Los Bombarderos no perdonaron. Dos victorias y la serie a punto de caramelo. Los Mariners necesitaban ganar los tres partidos que se iban a disputar en Seattle.
El buen hacer de Johnson fue vital para que un Kingdome absolutamente abarrotado viera como los suyos salvaban la primera bola de partido. Al día siguiente hubo mucho más drama. Los Yankees se hicieron rápidamente con un 5-0 y lo tenían todo de cara para terminar las series. Edgar Martínez se cruzó en su camino. El bateador se pusó la capa de superman y remolcó un total de siete carreras que llevaron la eliminatoria al quinto y definitivo partido.
57.000 personas fueron al Kingdome aquella noche (la media durante la temporada había sido 22.000) mientras que las cuotas de pantalla en el estado fueron del 78%. Todo Washington estaba pendiente de los Mariners. El público estaba entregado. En las gradas se alternaban las pancartas que pedían que el equipo se quedara en la ciudad con las que le ofrecían a Martínez la alcaldía y hasta la presidencia del país: Edgar for president.
El partido estuvo a la altura del ambiente. El 8 de octubre de 1995 Yankees y Mariners le dieron sentido a los más de 100 años de existencia del béisbol organizado. Firmaron un choque para la historia. Hasta en tres ocasiones se puso por delante Nueva York y hasta en tres ocasiones se recuperó Seattle. La última de ellas fue la definitiva. En la 11ª entrada, con una carrera de desventaja y dos corredores en base Martínez (quién si no) fue al cajón de bateo para pegar un hit que remolcaba dos carreras y le daba la victoria a los suyos.
El Kingdome estalló. En la televisión apenas se podía escuchar la ahora histórica retransmisión de Dave Niehaus con el todavía más mítico My Oh, My. Dicen los los periodistas que cubrieron el evento que nunca han vuelto a escuchar tanto ruido en un recinto deportivo como el que hubo en el Kingdome cuando Griffey, que fue quien anotó la carrera definitiva, llegó al home. Seattle quería a los Mariners.
PD: el 23 de octubre de ese mismo año se llegó a un acuerdo para la construcción de un nuevo estadio.