Parte baja de la séptima. Corredores en primera y segunda, dos eliminados. Los Giants ganan uno a cero. El viento aprieta fuerte sobre el Dodger Stadium. Al bate Mookie Betts. Jake McGee, zurdo, en la loma. Lanza una recta a 94 millas por hora que se queda colgada en mitad de la zona de strike. Mookie la engancha con un batazo limpio que se marcha como un tiro hacia el jardín izquierdo… El dogout angelino salta en pleno…
Bienvenidos a la Serie Divisional que ningún cardiólogo recomienda. Los Angeles Dodgers y los San Francisco Giants han protagonizado un partido de infarto. Otro más. A lo largo de la temporada han sido muchos los juegos entre estos dos equipos que han terminado con un marcador ajustado. Pero este 0-1 para los de San Francisco se ha llevado la palma en cuanto a tensión. Sobre todo por la importancia de la victoria. Un 2-1 en la serie que iba a poner contra las cuerdas a uno de los dos mejores equipos de la liga.
El encuentro comenzó con dos lanzadores mayúsculos. Uno, Max Scherzer. Tres veces Cy Young, dominante como pocos, demostró por qué vuelve a ser candidato al máximo galardón esta temporada también. Diez strikeouts en siete entradas, con una única base por bolas y tres hits permitidos. El único borrón de su noche fue que un batazo que salió por el jardín izquierdo del Dodger Stadium. Era el primer home run de Evan Longoria en postemporada desde 2013 y la carrera que ponía a los Giants por delante en la quinta entrada. Una carrera en tres míseros hits que le daría la victoria al final a los de San Francisco.
En el otro lado, Alex Wood, uno de los lanzadores más inteligentes de la Mayores. Sin un arsenal devastador pero con la calidad suficiente como para sacar un out detrás de otro. Solo permitió dos hits y dos boletos, ponchó a cuatro y no concedió carreras en 4.2 entradas. Lo que tardó en dar dos vueltas completas al line up de los Dodgers.
Y a partir de ahí comenzó el espectáculo defensivo de los Giants. Kapler decidió sacar para cerrar la quinta entrada a su mejor relevista de la temporada: el submarino Tyler Rogers batalló como un jabato, marcando un tope de lanzamientos esta temporada (29), para recorrer otra vuelta completa del line up angelino lanzando 1.2 entradas. Concedió tres hits pero pudieron ser más de no ser por una espectacular atrapada de Steven Duggar en el jardín central.
Tras él, el que ha sido el closer de los Giants toda la temporada, Jake McGee, tomaba la bola con un out en la séptima con dos corredores embasados y un out. Ponchaba con maestría a Austin Barnes y llegaba el momento del partido.
El dogout de los Dodgers, como decíamos al principio, saltaba eufórico al ver cómo Mookie Betts conectaba esa recta. Aquel batazo era un hit como un castillo. Un palo que iba a poner, al menos, el empate en el marcador. Pero entonces apareció Brandon Crawford. Más Gigante que nunca. Que al ver bolar la bola sobre su cabeza saltó y se estiró todo lo que dio de sí para alcanzarla en lo más alto de su viaje y apagar la ilusión del estadio entero.
Pero todavía quedaban dos entradas por delante. Y Kapler recurrió a su nuevo y electrizante closer. Camilo Doval, dominicano, 24 años, no se mostró como el rookie que es. Sacó a la parte dura del line up de los Dodgers en fila en la octava entrada (Trea Turner, Corey Seager y Justin Turner) y cerró la novena con un elevado al central, un strikeout y una ayuda divina. Gavin Lux, bateador emergente de los Dodgers, conectó una recta a 99 millas por hora y levantó su mano derecha nada más verla salir de su bate. La bola volaba hacia el jardín central con pinta de perderse tras la valla. Pero el viento que apretó durante toda la noche en el Dodger Stadium hizo el resto. Frenó el destino de esa bola y dejó a Lux con cara de no entender qué demonios había pasado.
Y ahí quedó todo. 1-0 para San Francisco que ahora tiene dos pelotas de partido. La primera mañana, en Los Angeles, con Anthony DeSclafani ante Walker Buehler con descanso reducido. Y si los Dodgers forzaran el quinto partido, volvería a tomar la bola Logan Webb ante Julio Urías para el que sería el partido que ningún cardiólogo querría ver.