La changeup o cambio es el lanzamiento del que nadie se acuerda. No tiene el poderío de la recta ni la majestuosidad de la curva. Tampoco posee la caída endiablada de la slider ni el halo mítico de la knuckleball. Y por supuesto que no está rodeada del exotismo de la splitter, un pitch que en los últimos años se ha convertido en la carta de presentación de los lanzadores japoneses.
Aún es frecuente encontrar gente que lo ve como un lanzamiento que solo necesitan aquellos que no han sido capaces de desarrollar un recta potente. El cambio es, de una manera superficial, una bola rápida lanzada más lenta. Su principal objetivo es romper el timing del bateador y hacer que tu bola rápida parezca más veloz la próxima vez que la lances. Son muchos los que piensan que si tienes una recta que pasa de las 95 millas por hora para qué necesitas un cambio.
Bobby Ojeda dijo en una ocasión que “la changeup es un lanzamiento de artistas, y no todos los lanzadores son artistas”. Me atrevería a decir que más que de artistas es de artesanos. Es un pitch que todo el mundo puede lanzar con cierto éxito, no hace falta que sea duro, ni que caiga mucho. Pero hay que entrenarlo mucho, muchísimo, y agarrarle confianza.
Lo primero que tiene que hacer un lanzador al empezar a desarrollar el cambio es enfrentarse a sus propios prejuicios. Tiene que aprender a lanzar una bola rápida sin utilizar el dedo índice. Y esto va contra natura. La sensación es la de estar lanzando sin ganas. “Es como si estuvieras pitcheando con el brazo muerto”, ha reconocido Cole Hamels.
“Se necesita mucha paciencia”, dice el propio Hamels sobre el aprendizaje. “El cambio requiere tiempo. Con la slider y la curva se ven resultados rápidamente, pero cuando empiezas a lanzar cambios te destrozan”.
Otro de los problemas a los que en muchas ocasiones se enfrenta la changeup son los prejuicios. Digamos que choca con la mentalidad un tanto cipotuda del béisbol. Todos los niños quieren ser Nolan Ryan y tener una bola rápida de 100 millas. De la misma manera que todo bateador prefiere ser ponchado por esa misma recta que por un lanzamiento lento que te deja en evidencia. Frank Viola hizo del cambio su lanzamiento estrella. Dice que cuando eliminaba a un bateador con ese pitch desde el banquillo rival le recriminaban que no lanzaba como un hombre.
Durante muchos años fue un lanzamiento de outsiders. Johnny Podres es de los pocos pitchers que confió en él durante toda su trayectoria. Lo habitual era que solo aquellos que veían el fin de sus carreras cerca recurrieran a él. Ese fue, por ejemplo, el caso de Doug Jones. En 1984, después de siete años en el sistema de granjas de los Brewers, fue cortado por la organización. Pasó dos años trabajando en su changeup y en 1986 los Indians se hicieron con sus servicios. Se convirtió en el closer del equipo y disputó cinco All Stars.
Durante los noventa, quizás por la popularización del acceso al video de los bateadores, el cambio se convirtió en un recurso más habitual entre los lanzadores. Cuatro superestrellas de aquellos años (Tom Glavine, Greg Maddux, Trevor Hoffman y Pedro Martínez) cimentaron su recorrido hacía el Salón de la Fama en la changeup. Hoy es un lanzamiento imprescindible. Son pocos los abridores que no lo tienen en su arsenal.
Hay algo en la changeup que me seduce más que cualquier otro lanzamiento. Las bolas rápidas son soberbias, las sliders traicioneras y las curvas barrocas rozando el manierismo. El cambio, sin embargo, es perfecto. Pitagórico, incluso. Consigue que humildad, sinceridad y refinamiento se mezclen en su justa medida.