Muchos años después, aún no sé porqué soy de los Chicago Cubs (algo de culpa tendrá que de pequeño siempre apareciese como el equipo más divertido para los que me educaron y me hicieron ser lo que soy ahora: las pelis ochenteras)
Que me llevaría a escoger a un equipo que la última vez que ganaron había sido en 1908, y llevaba la peor racha sin ganar de cualquier equipo norteamericano. Pero puede que me atrajese justamente eso, esa mística de perdedores: porque no eran unos perdedores a secas, eran unos con encanto, con “pedigrí”: si alguna vez estaban a punto de lograr algo grande, ocurría la desgracia más inesperada que lo echaba todo por tierra.
Los Chicago Cubs eran los mayores coleccionistas de fatalidades:
-6 de Octubre de 1945:
Los Chicago Cubs ganaban las Series Mundiales 2-1 a los Tigers. William Sianis, emigrante griego dueño de la taberna Billy Goat Tabern (Taberna de la cabra de Billy), compró dos entradas para ver el cuarto partido: una para él, y otra para su cabra Murphy, mascota de su taberna. Le denegaron el acceso a la cabra por el mal olor, y la leyenda dice que William maldijo : “Los Chicago Cubs no ganarán jamás una Serie Mundial hasta que dejen entrar a la cabra al campo.” Se perdió el partido y las serie, y Sianis tuvo la mala leche de mandar una carta al dueño del equipo P.K. Wrigley diciendo: “¿Quién apesta ahora?” Con los años se empezó a tomar en serio esta maldición, y ya muerto William Sianis, su sobrino Sam entró al campo en 1984 con otra cabra, pero está visto que la maldición no se anulaba con sucedáneos.
-9 de Septiembre de 1969:
Tras una temporada brillante, en la que llega a tener 9 partidos y medio de ventaja con los Mets, todo se estropea en la parte final. Ese día, cuando sale a batear Ron Santo, un gato negro aparece de no se sabe donde, rodea a Santo, y desaparece como alguien que ya ha realizado su trabajo: a partir de ahí, se termina la temporada brillante de los Chicago Cubs, que pierden partido tras partido y los Mets ganan casi todo, y son ellos los que llegan y ganan las Series Mundiales.
-14 de octubre de 2003:
Los Chicago Cubs ganan 3 juegos a 2 a los Marlins, si ganan un partido más se clasifican para sus ansiadas Series Mundiales. Y todo pinta muy bien, al final de la octava entrada ganan 3-0, hay una pelota alta que parece que puede llegar Moises Alou, jardinero izquierdo, pero antes de que pueda atraparla se interpone Steve Bartman… ¡Un fanático de los Chicago Cubs! Que para quedarse la bola como souvenir, impide sumar el out. A los jugadores de los Marlins se le puso ojos de sangre y cara de maldición de cabra, y aunque no habían anotado nada en todo el partido…en esa entrada anotaron 8 carreras. Los Chicago Cubs pierden el partido y la serie, claro. Bartman tuvo que salir escoltado del estadio por miedo a un linchamiento, y a día de hoy aún sigue en paradero desconocido, como un testigo protegido huyendo de la mafia. (Hay un magnífico documental que narra todo esto: “Catching Hell” Parte 1/Parte 2 ). Los Chicago Cubs, tras su victoria en las Series Mundiales del 2016 le entregaron un anillo de campeón al bueno de Steve.
Todas estas calamidades hicieron que fuesen conocidos como los “lovely losers” , más o menos significaría los adorables perdedores, pero si me permitís, prefiero su traducción al gallego porque encaja como un guante con mi personalidad: perdedores riquiños, son dos palabras que podrían ir perfectamente al lado de mi nombre en el DNI… ¡Si este equipo no estaba hecho para mí, que baje Dios y lo vea!
Una temporada en la que no ganas nada, se puede hacer muy larga en el baseball: son muchos partidos, fichajes, emociones, temor a lesiones, remontadas…que al final pueden llegar a frustrar si no llegan a buen puerto. Pues si una temporada puede ser agotadora, súmale una tras otra hasta llegar en 2008 a 100 temporadas seguidas perdiendo, imagina como debe sentirse ese aficionado…pues la cuenta de años seguía subiendo.
Pero yo veía especial pertenecer a esta pandilla de tarados, unos maravillosos locos que no abandonaban el barco jamás, y eso que se hundía año tras año, y no contentos con eso, en un acto sádico que no llegaba a comprender, ¡¡les pasaban esa afición a sus hijos!! logrando que esa rueda no parase de girar nunca… Creando generaciones y generaciones de orgullosos perdedores.
Y todos esos nuevos fanáticos, antes de que se burlasen de ellos, aprendieron que lo mejor es saber reírse de sí mismos: en las gradas se cantó durante años el “Let the goat in” (dejen entrar a la cabra) y al llegar Hallowen uno de los disfraces que más triunfa en Chicago es el de Steve Barman.
El Coronel no tienen quien le escriba
Como lo que más me atrae del baseball es su parte romántica, ser un fanático de los Cubs equivalía en mi mente a ser como el hombre de este relato de Gabriel García Márquez.
Esperando año tras año a recibir una carta con su pensión ganada tras la guerra, que nunca llega. Pero él nunca se da por vencido, y aunque han pasado ya 15 años sin recibir nada, sigue bajando cada viernes al pueblo pacientemente.
El coronel mientras espera la llegada de esa carta, malvive con su mujer, vendiendo todo lo que tiene para poder comer.
Su única esperanza para salir de la miseria es un gallo de pelea, que el coronel cree que puede ganar, pero aun queda para el combate y no tiene dinero para alimentarlo, así que deja de comer él mismo para alimentar al gallo. Cuando la situación se hace insostenible, la mujer quiere vender al gallo, pero el coronel se niega, prefiere pasar hambre y tener esa lejana esperanza de ganar el combate.
Así veía yo a los fanáticos de los Cubs: orgullosos y pacientes, esperando años y años sin protestar, sin perder nunca la fe, y, por muy dura que sea la realidad, no darse por vencido manteniendo siempre esa esperanza.
No veía nada más atractivo que sentirme como ese Coronel en el final del libro, firme en la derrota, pero también algo terco y tozudo en que se saldrá de esa situación algún día, resistiendo con el orgullo como último recurso:
—Si el gallo gana —dijo la mujer—. Pero si pierde. No se te ha ocurrido que el gallo puede perder.
—Es un gallo que no puede perder.
—Pero suponte que pierda.
—Todavía faltan cuarenta y cinco días para empezar a pensar en eso —dijo el coronel.
La mujer se desesperó.
—Y mientras tanto qué comemos —preguntó, y agarró al coronel por el cuello de la franela. Lo sacudió con energía—. Dime, qué comemos.
El coronel necesitó setenta y cinco años —los setenta y cinco años de su vida, minuto a minuto— para llegar a ese instante. Se sintió puro, explícito, invencible, en el momento de responder.
— Mierda.
Este artículo es mi pequeño homenaje a los que aguantaron tantos años esperando esa “carta” que nunca llegaba, y prefirieron pasar hambre con la cabeza bien alta, con la fe puesta en que ese gallo, tardase lo que tardase, acabaría ganando…y ese milagro sucedió en el 2016, 108 años después:
“… porque las estirpes condenadas a cien años de soledad no tenían una segunda oportunidad sobre la tierra”
https://youtu.be/MBCMMmKSR4g