Mi cerebro se activa cada vez que enchufo un partido de la MLB. El béisbol es un deporte de detalles, donde un giro minúsculo de los acontecimientos cambia por completo la situación de un partido. Basta una pequeña acción para desatar algo gigantesco, como explican los «Rolling Stones» en el tema «Gimme Shelter«.
En otras palabras, el efecto mariposa. El béisbol sabe mucho de eso.
Los años veinte fueron una década de transición para Babe Ruth. En Boston, el Bambino era un gran pitcher (en todos los sentidos) con un bate sensacional. Pero tras la temporada de 1919, el dueño de los Medias Rojas, Harry Frazee, lo vendió a Nueva York por $125.000 dólares, récord absoluto por aquel entonces.
Se cuenta que Frazee utilizó ese dinero para financiar un musical de Broadway llamado ‘No No, Nanette’. La jugada le salió bien y la función fue un éxito rotundo.
Pero Frazee no sabía que ese traspaso iba a cambiar la historia del béisbol por completo.
En Nueva York, Babe Ruth se convirtió en el bateador más temible de su tiempo (¿y de la historia?), y se olvidó casi por completo del montículo. El resto, como dicen, es historia.
¿Qué habría pasado si Babe Ruth nunca hubiera sido traspasado a los Yankees de Nueva York?
Quizá la Maldición del Bambino nunca habría tenido lugar. Recalco que Ruth destacó más como lanzador en Boston que como bateador. Así que quizá el Ruth lanzador habría ayudado a los Medias Rojas a ser campeones en algún momento, y el jugador habría pasado a la historia como un pitcher bueno, o incluso legendario, por qué no. Pero no habría batido récords de bateo en Nueva York.
Cosa que sí hizo en la realidad. Gracias a los ingresos de su jugador estrella, en 1923 se inauguró Yankee Stadium, un coloso de casi 60.000 espectadores en pleno Bronx. La operación no solo fue un éxito a nivel económico, Ruth le dio a los Yankees el empujón que necesitaban para ganar una Serie Mundial. Hasta ese traspaso, los Yankees no habían ganado absolutamente nada. Eran un equipo mediocre.
¿Habría continuado la travesía por el desierto? Creo que sí. Los Yankees han tenido otras generaciones doradas desde la llegada de Ruth, pero antes de la llegada del Bambino, los Yankees no tenían esa aura que sí desprenden desde entonces. Se dice que la escuadra neoyorquina iba detrás de Shoeless Joe Jackson, de los Medias Blancas, pero su impacto no habría sido el mismo.
Lo que me lleva a pensar en la propia Nueva York. ¿Sería la ciudad de Nueva York Nueva York sin unos Yankees campeones? Los Bombarderos del Bronx, el Imperio del Mal… están integrados en la cultura popular de la ciudad. Vaya, ¿se habría convertido en un icono para la moda la NY del logo de los Yankees? ¿Comprarían todas esas gorras los turistas, o comprarían las de los Giants de Nueva York?
Lo cual me lleva a otro escenario.
¿Y si los Gigantes y Los Dodgers no se hubieran movido a la Costa Oeste?
Walter O’Malley, dueño de los Dodgers de Brooklyn, quería un estadio nuevo para su equipo. Horace Stoneham, el propietario de los Gigantes de Nueva York, buscaba soluciones al problema de la baja asistencia y un equipo que había dejado de ganar.
Se reunieron, y en 1958 el béisbol se puso patas arriba: los Dodgers se iban a Los Ángeles; los Gigantes, a San Francisco. Era necesaria una mudanza conjunta, pues un solo equipo en la Costa Oeste no habría sido económicamente viable.
Pero la historia podría haber sido muy diferente si O’Malley hubiera conseguido su estadio en la Gran Manzana. Todavía se conservan algunas propuestas de lo que podría haber sido un coliseo muy futurista para aquella época. Eso habría dejado a los Giants sin opciones reales de mudarse a California, aunque es posible que se hubieran trasladado a Mineápolis. ¿La razón? Los Giants tenían un equipo filial allí, y Stoneham estaba más que dispuesto a llevarse a su equipo a las Ciudades Gemelas.
La rivalidad se habría diluido entre los Brooklyn Dodgers y los Mineápolis Giants. Obviamente, el béisbol habría llegado tarde o temprano a California, y Los Ángeles y San Francisco habrían sido las primeras sedes del Pacífico (tal y como sucedió en la realidad).
Pero en ese universo alternativo donde los Dodgers se quedan en Brooklyn, los Mets no existirían, de eso estoy seguro. Con los Gigantes en Mineápolis, los Mellizos tampoco habrían nacido. Porque los Washington Senators, que en la vida real se mudaron a Mineápolis en 1961 para convertirse en los Mellizos, se habrían quedado en DC o se habrían trasladado a otra ciudad (¿Texas?).
Pero si todo eso suena raro, aquí viene lo mejor. Me gustaría echar un vistazo a la línea temporal que ve cómo en 1958 sí hay béisbol en la Costa Oeste, pero con roles cambiados: Los Ángeles Giants y San Francisco Dodgers.
Santo cielo, qué herejía.
La vida es la que nos ha tocado, para bien y para mal. Y aunque hay cosas que damos por hecho, me gusta darme una vuelta de vez en cuando por el barrio de los “¿Y si…?”.
Esa es una de las grandezas de este deporte. No sabe uno nunca cuándo un turno al bate, un partido o un fichaje ‘intrascendente’ son realmente eso, o estamos asistiendo a la creación de historia de manera silenciosa.
Faltan pocas semanas para que empiece la temporada 2019, la del 150º aniversario. No olvidemos las pequeñas historias: las mariposas que baten sus alas hoy se convertirán en tornados en octubre.