Eduardo Muñoz, pelotero que jugó en las Ligas Menores de la MLB, nos cuenta su experiencia como jugador, y cómo afronta la vida después del béisbol.
Desde que tengo uso de razón en casa no se habla de otra cosa que no sea béisbol, y es más que claro que desde mi papá, mis hermanos, mi hijo, y hasta mi sobrino más pequeño llevamos este deporte en la sangre, soy un fiel creyente de que el talento se hereda.
Mi vida en este deporte inició desde muy temprano, podría decir que desde que caminé, pues mi papá nos enseñó lo básico del juego que era batear y atrapar, ya para cuando tuve 6 años, por primera vez pertenecía a un equipo donde mi hermano un año mayor que yo (7 años), jugaba la primera base, yo era el Mascota (Bat Boy) del equipo. Luego de eso no volví a participar en un equipo o liga organizada, sino, hasta los 10 años, y desde allí no se detuvo mi pasión por este deporte que aún vive en mí como fanático y entrenador.

Luego de haber pasado por categorías infantiles (8 a 12 años) e intermedia (13 a 15 años), en pleno desarrollo del Campeonato Nacional Juvenil del año 1995 (15 a 18 años) con el equipo de PANAMÁ OESTE, y después de muchos sacrificios y desvelos, de entrenamiento diario y de gran cantidad de “tryouts” (pruebas) un 19 de enero llegó la oportunidad que todo el que es niño y practica este deporte anhela, que es firmar para jugar béisbol profesional.

Desde pequeño tuve todo el apoyo de mis padres, que han sido siempre los mejores fanáticos que hemos tenido mi hermano y yo, en cada entrenamiento en cada juego, siempre estaban al tanto de darnos lo necesario para poder cumplir con esta pasión familiar que es el béisbol.
El sacrificio de todos valió la pena, y digo de todos porque así lo era, cuando íbamos al colegio mi mamá en casa procuraba tener los uniformes y la comida lista para que al llegar, solo almorzáramos e hiciéramos cambio de la maleta del colegio por la de los implementos de béisbol, luego al finalizar los entrenamientos a eso de las seis o siete de la noche, mi papá iba cada día a buscarnos después que llegaba del trabajo, mi hermano y yo siempre alternamos estudio y deporte, por lo que teníamos que cargar también, los libros en la maleta para estudiar después de entrenar o hacerlo cuando llegábamos a casa luego en un arduo entrenamiento, no era nada fácil, pero no fue imposible. Papá siempre decía que para él era igual comprar un libro de escuela, que comprar implementos de béisbol, sabía que teníamos talento para ambas cosas y que lo aprovechábamos.

Aquel 19 de enero de 1995, luego de estampar mi firma para jugar como Receptor en ligas menores con los SEATTLE MARINERS, mi vida como pelotero profesional apenas empezaba, aunque no fue por mucho tiempo que estuve en el béisbol organizado, sirvió de mucho, la oportunidad de ser profesional llegó en ambas vías, por el lado deportivo y por el lado educativo, pues, siempre supe que el béisbol se acabaría de alguna manera, por lesión, por rendimiento o por no querer seguir, por eso tenía claro que luego de dejar de jugar por la causa que fuera, debía continuar una carrera universitaria, y junto con la firma conseguí una beca que me permitió estudiar y obtener un título universitario.
En mi corta carrera profesional y a mis recién cumplidos 17 años, me tocó convivir con personas que no conocía con una cultura poco distinta a la que estaba acostumbrado, en un país que no era el mío, lejos de mi familia y en una época en la que la tecnología aún no nos conectaba como lo hace hoy día. En mayo de 1995, me integré a los entrenamientos en la Academia de Novatos de los SEATTLE MARINERS en República Dominicana, donde las jornadas de entrenamiento eran fuertes por lo que había que levantarse desde las 6:00 a.m. y prepararse para tomar un auto que nos llevara al campo de entrenamiento, tomar el desayuno donde se pudiera y estar listo en la raya del Jardín Derecho a las 8:15 a.m., solo se comía a media jornada una fruta y agua para entrenar bajo el ardiente sol del Caribe, hasta la 1:00 o 2:00 p.m. cuando tocaba trabajo extra, luego tocaba volver a casa (en la que vivíamos 13 peloteros), tomar el almuerzo, un leve descanso y a las 6:00 p.m. caminar un kilómetro aproximadamente para ir al gimnasio a entrenar con pesas, salir de allí a las 8:00 p.m. para ir a casa a cenar y estar listos para dormir a las 10:00 p.m., rutina que se repetía de lunes a viernes, ya que el sábado después de mediodía estábamos libres hasta el lunes, esto durante 4 meses.

Luego de haber tenido número nada buenos en 1995, regresé a casa para prepararme para una nueva temporada en 1996, lastimosamente y pese a sentir que estaba haciendo las cosas bien, el 30 de mayo, llegó la carta que nadie quiere y que todo el que ha pasado por esto conoce como “Release” (carta de libertad).
A mi retorno a casa, y con una beca universitaria por delante, hice lo que pocos hacen en busca del sueño de ser pelotero, que es seguir los estudios, luego de tres años estudiando y ya solo a falta de presentar mi tesis de grado, decidí irme a la provincia natal de mis padres y jugar en el Campeonato Nacional Mayor de 1999 con el equipo de LOS SANTOS, ya posterior a este torneo decidí retirarme y dedicarme de lleno a culminar mis estudios y a trabajar.

El béisbol me ha dado mucho y estaré siempre agradecido de que mis padres me hayan llevado por esta línea. Hoy soy un profesional de la Contabilidad, orientando mi carrera por la rama de la Auditoría, pero sin olvidar mi pasión por el béisbol desde 2013 en conjunto con mi hermano y un amigo, decidimos crear una academia (@cachorrosbase) en la que trabajamos con niños desde los 3 años de edad en adelante, tratando de transmitir y devolver un poco de lo que el béisbol nos ha dejado en nuestra vida profesional y deportiva.
El haber combinado el deporte con los estudios, me ha dado la oportunidad de ver que “Hay Vida después del Béisbol”.