Solo fue verdadera revolución industrial la segunda revolución industrial, aquella que va desde 1870 (la fecha de inicio no es algo incontrovertido, pues para muchos se debe situar entre dicho año y 1859) hasta al Primera Guerra Mundial, tratándose de un fenómeno tan inglés como lo fue la primera, si bien la internacionalización de la segunda fase ha llevado a que para muchos no se trate de un fenómeno tan británico, pero lo fue tanto o más como la primera.
Dicha segunda revolución industrial supuso la tecnificación y mecanización de la producción apoyada por el desarrollo del transporte consagrando el liberalismo atroz, lo que llevó aparejado a que la máquina sustituyese al hombre, y con ello nació el desempleo y las diferencias sociales dentro de la clase obrera.
Y fueron esas dos circunstancias, el desempleo y las diferencias en las condiciones de vida entre diferentes facciones del proletariado, lo que llevó a que esta clase social se organizase en uniones sindicales (Sí, uniones sindicales que tomaron también como propios los intereses de los desempleados y que no se constituían en organizaciones amarillentas y burocratizadas, a aquellos que nos leéis desde Argentina y España os va a costar pensar que esto existió).
En este contexto, los grandes industriales cada vez más enriquecidos, gracias a la tecnificación de la producción comenzaron a plantearse por primera vez en la historia una “mejora” (más bien un desempeoramiento) en las pésimas condiciones de vida de los trabajadores -analizadas con precisión en la obra cumbre de Fiedrich Engels La situación de la clase obrera en Inglaterra-, únicamente a fin de evitar que el descontento se convirtiese en desmotivación y asociacionismo afectando a la producción.
Evidentemente, dichas “mejoras” no podían consistir en un avance de las condiciones de vida y económicas en general, pues la aparición del desempleo, una situación novedosa provocada por la sustitución del hombre por la máquina, permitía que los trabajadores estuvieren dispuestos a ofrecer sus servicios por un salario de subsistencia; en tal contexto la burguesía no podía plantearse compartir su plusvalía con la clase obrera, con lo que tales “avances” se dirigieron a cambios en terminología legal y al descanso para unos trabajadores que hasta estos tiempos carecían de cualquier momento de pausa en sus interminables jornadas que se extendían de lunes a domingo.
En cuanto a la terminología destaca la injustificada relevancia que se le daría en 1874 a la desaparición de la terminología “amo/siervo” en la legislación británica, obviamente aspecto meramente formal.
En 2020 seguimos encontrando dicha terminología en la legislación española: Artículo 1584 del Código Civil: El criado doméstico destinado al servicio personal de su amo, o de la familia de éste, por tiempo determinado, puede despedirse y ser despedido antes de expirar el término; pero, si el amo despide al criado sin justa causa, debe indemnizarle pagándole el salario devengado y el de quince días más.
El amo será creído, salvo prueba en contrario:
1.º Sobre el tanto del salario del sirviente doméstico.
2.º Sobre el pago de los salarios devengados en el año corriente.
Sí, esto aparece en la legislación española en el año 2020.
El segundo aspecto en el “progreso” en las situación de los trabajadores durante el período que estamos tratando fue la importante corriente dirigida a que dispusiesen de un día de descanso a la semana, si bien ello, en un principio, no iba dirigido al descanso y recreación de los trabajadores, sino que se trataba de una muestra más de la poderosa influencia del cristianismo metodista que impregnaba e impregna la sociedad británica, temeroso de que la conciencia proletaria derivada de las teorías marxistas (ciertamente es muy discutible la influencia del marxismo en el movimiento obrero inglés, ríos de tinta se han escrito al respecto de como la obra de Marx y Engels inspiró la lucha por los derechos de los trabajadores en Gran Bretaña, si bien nos podemos postular con los que defienden que en Inglaterra se trató de una ideología de tintes propios y muy marcado por el metodismo, pero utilizar el término marxismo nos ayuda a definir y comprender el temor de la comunidad cristiana, sin olvidar que la obra de Marx y Engels tuvo escaso eco en las Islas Británicas hasta finales de siglo, por más que allí radicaren, buena muestra de ello es que la primera traducción al inglés de La Condición de la Clase Obrera en Inglaterra lo fuese en 1887 (Nueva York), 42 años después de su publicación en alemán, llegando la obra totalmente desfasada en su edición inglesa de 1891, tratándose de reparar tal circunstancia a través de un prólogo del autor en la segunda edición publicada en 1892) acabase desmoronando el poder eclesial.
Así pues, el trabajador debía descansar los domingos, porque era el día del señor, con lo que acogería el descanso como un regalo de Dios. Buena muestra de ello es que la necesidad de regular el descanso dominical se puso de manifiesto por primera vez en el Congreso de las Alianzas Evangélicas reunido en Ginebra en 1870 que dio origen a la Federación Internacional que se encargó del “fomento del descanso dominical no ya únicamente como propósito religioso sino también humano y social.»
Dichas corrientes dirigidas a consagrar, nunca mejor dicho, el descanso dominical, confluirían en el ámbito laico en la Conferencia Internacional de Berlín de 1890.
No es posible realizar cualquier aproximación al movimiento obrero o al cristianismo ingleses, tremendamente relacionados, sin partir de la especialidad de dichos fenómenos marcadas por el sello británico del metodismo que impide su comparación con lo acontecido en cualquier otro país, la defensa de los derechos de los trabajadores en las Islas Británicas tuvo sus cimientos en el respeto a la condición humana y la necesidad de una vida digna y no en principios ideológicos ni en conciencia de clase alguna.
Lo cierto es que en Inglaterra, antes de la internacionalización del descanso dominical ya se había extendido en muchísimas industrias el descanso desde las 13 horas del sábado hasta las 24 horas del domingo, institución que cuando se extendió por el resto del mundo, adoptó en honor a su origen la denominación de sábado inglés.
Inevitable era que un empresariado que dominaba como una propiedad a sus trabajadores buscase controlar el tiempo libre de sus éstos allá donde no podía llegar la iglesia (La utilización del término iglesia no debe confundirnos con dicho concepto en el ámbito católico, tal y como ya hemos indicado con anterioridad, aquí más bien se trata de comunidad de creyentes dirigida e inspirada por sus elementos más distinguidos al más puro estilo metodista).
Obviamente, no se les podía dar formación, el analfabetismo siempre ha resultado la mejor arma, además de que podría generar un cansancio intelectual que aminorase su capacidad de producción, tampoco se les podía dar acceso a la práctica del deporte, pues en Inglaterra suponía la moda en ocio de la clase alta masculina, finalmente, tampoco era permisible que los propios trabajadores encontrasen actividades que requiriesen un desembolso que les llevase a exigir cantidades por encima del límite de subsistencia. Así pues, había que buscarles un pasatiempo que no supusiese formarles, que no se considerase deporte y que tampoco supusiese un gasto.
Y es aquí donde aparece nuestro protagonista, Francis Ley, un empresario inglés que viajaba con regularidad a Estados Unidos durante la década de los años 80 del siglo XIX, quedando prendado de aquel pasatiempo al que dedicaba su tiempo libre la clase trabajadora americana en campos situados junto a las fábricas, Francis Ley jamás consideró el béisbol como un deporte, en ese caso no lo hubiese importado, pues el deporte no era cosa del pueblo en las Islas Británicas.
¿Qué es lo que atrajo del béisbol al Sr. Ley para que decidiese convertirlo en el instrumento de ocio del proletariado inglés? Pues que todo eran ventajas: se trataba de un deporte que no agotaba al practicante pudiendo jugar durante todo un día parando únicamente para satisfacer sus necesidades básicas, una vez adquirido el material no suponía ningún otro gasto, podían participar gran cantidad de jugadores sin importar físico o edad (algo que no ocurría en ninguno de los deportes que por aquel tiempo triunfaban en Inglaterra: fútbol, rugby, atletismo o boxeo), además de que en aquellos tiempos en USA el béisbol era el medio a través del cual la grandísima cantidad de inmigrantes que llegaban a diario se integraban en la sociedad americana, vicisitud en la que el Señor Ley vio un medio de “integrar” a la clase obrera.
A la vuelta de sus viaje a Estados Unidos en 1889 construyó en su Derby natal un campo con las instalaciones necesarias para la práctica del béisbol, con el objetivo de su uso por parte de los trabajadores de sus empresas de producción industrial, y ello con éxito, pues logró popularizar el deporte, no solo entre sus trabajadores, y no solo en la ciudad de Derby, en 1890 ya existía un torneo profesional a nivel nacional, en el que se impuso Aston Villa, obviamente Derby tuvo su equipo en dicho campeonato, imagen de su formación preside el presente artículo, si bien abandonó la liga antes de su finalización, cuentan las crónicas que ello se debió, por un lado, a las bajas asistencias y por otro a la presión del resto de los equipos por la americanización de su plantilla. Dicho campeonato no tuvo éxito pues la popularización del deporte no daba para tanto y no resultó rentable el experimento. Francis Ley había sido demasiado ambicioso y su estrategia desplegada bajo la premisa de que grandes inversiones generarían grandes respuestas en el público Británico resultó un fracaso.
Si bien no se dejó de jugar a béisbol organizándose campeonatos a lo largo de Gran Bretaña, no sería hasta los años 30 cuando se convirtió en un deporte principal en Inglaterra, y ello gracias a la aparición del otro gran padre del béisbol inglés, John Moores, al igual que Ley quedó enamorado del deporte de la pelota en sus viajes a América donde el béisbol vivía su época dorada (John Moores es un personaje fundamental pare entender el desarrollo del deporte en general en Inglaterra y de enorme influencia en el ámbito filantrópico, empresarial e intelectual, llegando incluso a llevar su nombre una Universidad de Liverpool), y estudiando y aprendiendo de los fallos de Francis Ley, evitando toda visión faraónica, consiguió hacer del béisbol un deporte que en aquellos años rivalizaba con el fútbol llegando a asistencias por encima de 10.000, finalizando la obra que inició Francis Ley.
El principal hito de John Moores en el mundo del béisbol, de entre tantos, fue aprovechar la preparación del equipo amateur americano para los Juegos Olímpicos de 1940 organizando una Serie de 5 partidos en los que la Selección de Estrellas británica logró imponerse por 4-1 al combinado de las barras y estrellas, imponiéndose nuevamente en el Mundial amateur de 1938 y con ello alzándose con el trofeo.
Todo esto convirtió al béisbol inglés de las últimas décadas de los 30 en un deporte tan popular como el fútbol, a finales de 1938 y principio de 1939 todo eran proyectos y posibilidades de inversión, pero la llegada de la Segunda Guerra Mundial acabó, para siempre, con tal progreso.
La segunda postguerra mundial no tenía espacio para el interés por el béisbol en Gran Bretaña, justo por los mismos motivos por los que se popularizó en Italia, España o Corea del Sur, aquellos que se sentían salvados o querían agradar a Estados Unidos abrazaron el béisbol, aquellos que sentían haberse salvado por sí mismos guardaron los bates, pero este es un tema que dejamos para nuestra próxima entrega.