La gran novela americana de Tim Roth es un relato un tanto surrealista con el béisbol como decorado. Por sus páginas desfilan un receptor con una pata de palo, un jardinero sin brazo, una lanzador que llora de dolor cada vez que lanza y dos enanos. Uno es relevista, el otro bateador emergente. La inclusión de enanos en la novela no es tan arbitraria como pudiera parecer. El béisbol, a lo largo de su historia, ha tenido cierta obsesión por ellos.
Cuando uno piensa en enanos y béisbol la mente se le va inmediatamente a Eddie Gaedel. Ese jugador al que Bill Veeck le dio una oportunidad con los St. Louis Browns en 1951. En su única visita al cajón, con el dorsal ⅛ a la espalda, Gaedel logró una base por bolas. Han pasado casi 70 años desde aquello, y Gaedel sigue siendo el pelotero más bajo en la historia de la MLB.
La ocurrencia de Veeck no vino de la nada. Según cuenta en sus memorias sacó la idea de una leyenda como John McGraw. El entrenador de los New York Giants entre 1902 y 1932 era profundamente supersticioso. Entre sus manías estaba la de tener entre el personal del equipo a una especie de gnomo jorobado llamado Eddie Morrow que se pensaba que atraía a la buena suerte. Cuando McGraw bebía más de la cuenta aseguraba que un día, antes de retirarse, haría que Morrow fuera a batear. Nunca llegó a hacerlo, pero Veeck si. Mandó a Gaedel al cajón.
Durante su carrera como propietario de los Milwaukee Brewers, los St. Louis Browns, los Cleveland Indians y los Chicago White Sox Veeck estuvo obsesionado con las promociones que ayudarán a llenar las gradas. Algunas de la ideas más locas jamás vistas en un estadio salieron de su mente. Una de ellas fue una carrera de coches conducidos por enanos. En 1948, en un Municipal Stadium lleno hasta la bandera (61.288 espectadores), se disputó una suerte de rally en el que seis mini bólidos a pedales pilotados por enanos lucharon por hacerse con la victoria. El ganador se llevó una piruleta gigante.
McGraw parece no haber sido el único Hall of Famer con cierta querencia por los enanos. En 1974 un Juan Marichal crepuscular llegó a los Boston Red Sox. El staff de pitcheo del equipo se dejó seducir por las enseñanzas del dominicano. Escucharon sus consejos y se contagiaron de su buen humor, pero quedaron muy sorprendidos con algunas de sus amistades. “Siempre estaba trayendo gente al vestuario,” diría Bill Lee. “Gente muy, muy peculiar.”
En una ocasión Marichal llegó al clubhouse acompañado de un enano rumano. Parece ser que era francamente pequeño, de hecho llevaba muy a gala ser considerado el hombre más bajo del mundo (vete tú a saber qué organismo le había otorgado dicho título). El equipo lo recibió con humor y se dedicaron a bromear. En un momento dado Marichal se alarmó. El enano no estaba por ningún lado. Todo el vestuario se puso a buscarlo. No había manera de encontrarlo y Marichal estaba cada vez más nervioso. Finalmente, cuando estaban a punto de llamar a la policía, el enano apareció. Se estaba echando una siesta en un viejo mascotín de catcher que le ocultaba totalmente.
Mucho se ha escrito sobre los Red Sox del 2004 y de cómo rompieron la Maldición del Bambino. Sin embargo la gente tiende a olvidarse de Nelson de la Rosa, un enano dominicano cuyo papel en aquel título fue tan importante como el de Pedro Martínez o Manny Ramirez.
Nelson se ganaba la vida como actor en producciones de bajo presupuesto. La cima de su carrera interpretativa llegó en 1996, cuando junto a Marlon Brando y Val Kilmer tuvo la suerte de participar en la Isla del Dr. Moreau de Richard Stanley, un film que nunca falta cuando se habla de peores películas de la historia.
Pedro le conoció, trabaron cierta amistad y en septiembre del 2004 lo llevó al vestuario. Kevin Millar (¿Quién si no?) quedó fascinado por él y Nelson se convirtió rápidamente en el amuleto del equipo. La plantilla le agarró tal cariño que de la Rosa llegó a desfilar con el equipo por las calles de Boston durante la celebración del título.
Estoy convencido de que hay muchos más casos, en su mayoría relacionados con la superstición, en los que los que el béisbol ha dejado patente esta extraña fascinación por los enanos. Si el lector conoce alguno, que no dude en hacérnoslo saber.