La 511 victorias de Cy Young, los 56 partidos consecutivos con hit de Joe DiMaggio, las 1.406 bases robadas de Rickey Henderson, el 0.482 de embasado de Ted Williams, las 680 entradas lanzadas por Will White en una sola temporada… todos ellos parecen récord irrompibles. Hitos que nunca nadie logrará alcanzar. Según mi humilde punto de vista hay otro que habría que añadir a la lista: el Premio Cy Young que Randy Jones ganó en 1976. Y es que se llevó el galardón a mejor lanzador de la Liga Nacional con un ratio de SO/9 de 2.7 (!!). Ni es un errata, ni los ojo le están jugando una mala jugada al lector.
Desde 2010 solo ha habido dos ocasiones en las que el ganador del premio Cy Young a mejor lanzador haya promediado menos de 8 ponches cada nueve entradas. En 2010, Roy Halladay, entonces con los Phillies, ganó el segundo Cy Young de su carrera con un SO/9 de 7.9. Más recientemente, en 2016, vimos como Rick Porcello lo conseguía con un 7.6, un ratio muy bajo para los tiempos en que vivimos. De hecho, la norma durante los últimos diez años ha sido que el ganador del premio al lanzador más valioso haya visto como su ratio de SO/9 fuera superior a 10.
Randy Jones fue un lanzador zurdo al que pocos recordarán fuera de San Diego. Los Padres le draftearon en 1972 y fue allí donde pasó los mejores años (1975 y 1976) de una carrera no muy larga. Era un tipo narizón, de aspecto sonriente y con una melena rubia y rizada al estilo de Harpo Marx que apenas cabía en su gorra.
El arsenal de Jones era todavía más peculiar que su aspecto. Se limitaba a distintos lanzamientos quebrados que en el mejor de los casos se acercaban a las 75 millas. Su pitch estrella era una sinker que nadie conseguía poner en el aire (de hecho, el HR/9 total de su carrera fue 0.6). Su recta brillaba por su ausencia. “Si yo fuera un lanzador”, diría Mike Schmidt, “me daría vergüenza lanzar de esa manera”. Así era Jones.
Más allá de una mezcla de lanzamientos un tanto extraña, el juego de Jones se caracterizaba por un gran control, un buen fildeo y una resistencia maratoniana. En ese mágico 1976 Jones fue capaz de igualar un récord que llevaba 63 años vigente: acumuló 68 entradas consecutivas sin conceder ni una base por bolas.
El fildeo era importantísimo en su juego. Esas bolas rodadas a las que inducían constantemente sus lanzamientos le obligaban a salir mucho de la lomita, y lo hacía con brillantez. En 1976 no cometió ni un solo error (e hizo 112 asistencias) y participó con éxito en 12 dobles matanzas.
Quizás fuera por lanzar muy lento o por ser una bestia física, pero Jones siempre se sintió cómodo lanzado profundo en los juegos. A mitad de los setenta aún era habitual que los abridores completaran sus aperturas, pero pasar de las 300 entradas ya empezaba a ser una rareza (en 1980, con 304, Steve Carlton fue el último en superar los 300 innings en una sola temporada). Aquel año Jones completó 25 partidos (con cinco blanqueadas) y se fue hasta las 315 entradas. Una machada se mire como se mire.
Randy Jones no solo ganó el Cy Young, sino que fue el abridor de la Liga Nacional en el Juego de las Estrellas. Sus estadísticas finales aquel año fueron un balance de 22-14 y una ERA de 2.74. Su carrera no volvió nunca a ese nivel. Disputó seis temporadas más en las que las derrotas siempre superaron a las victorias.
Ese Cy Young ganado en 1976 no es un récord únicamente por el número anormalmente bajo de ponches con que se ganó. Ese galardón le permite a Jones ser la respuesta a una pregunta de trivial beisbolero: ¿Cuál es el único ganador del Cy Young cuya carrera cuenta con más partidos perdidos que ganados?