Para ser honesto con el lector, debo comenzar diciendo que me hubiese gustado que estas líneas hubiesen sido escritas hace algunas semanas. Lamentablemente, como en una novela de Paul Auster, el destino tenía tomadas unas cuantas decisiones por mí para cuando deshiciera las maletas al llegar a casa. Decisiones que me han alejado durante el último mes y medio de una de las cosas que más me gustan en el mundo: el béisbol.
Sin embargo, no todo puede ser negativo, pues este tiempo me ha ayudado a ordenar un poco las ideas que orbitaban en mi mente respecto a lo que fue, con toda seguridad, el mejor viaje de mis 26 años de vida. Y dado el positivo impacto que tuvo en mí esta experiencia, os he querido traer un par de artículos para compartir mis vivencias en el soleado estado de Florida.
Os pongo en situación. Como supongo que a muchos de los lectores de “Pitcheos Salvajes“, mi curiosidad (y posterior afición) por el deporte norteamericano llegó a muy temprana edad. Pero fue con el tiempo cuando dicho interés generalizado por los deportes de Norte América me llevó a obsesionarme con sus ciudades, a devorar series, reportajes sobre ciudades de Estados Unidos y Canadá, y a leer novelas ubicadas en dicha zona geográfica.
A pesar de que podría estar horas hablando sobre cómo nació mi interés posterior por el béisbol y por los equipos de la ciudad de Pittsburgh (en especial por los Pirates), lo único que quiero recalcar es que durante todos esos años sólo deseé una cosa: que llegase el día de poder pisar dicho continente y disfrutar de sus eventos deportivos en directo.
Y ese día al fin llegó el pasado 20 de marzo de 2018, cuando puse rumbo a la ciudad de Miami, donde iniciaría un viaje de 11 días por el sudeste del país.
No os preocupeis, me limitaré a explicar lo único que creo que os puede interesar mínimamente, es decir, todo aquello que incide en el deporte de la pelota de forma directa.
Así pues, la primera parada destacable fue la ciudad de Bradenton, al sudoeste de Florida y muy cercana a Tampa.
Es posible que para los aficionados del béisbol en general, esta población de poco menos de 50.000 habitantes no os diga nada, pero para un Pirate, este lugar es algo así como un templo casi sagrado.
Desde hace cincuenta años hasta hoy, Bradenton es el lugar donde los Pittsburgh Pirates inician su andadura cada temporada, donde engrasan la maquinaria y comienzan a competir. Es una ciudad pequeña, tranquila, residencial, pero un lugar destaca especialmente: el estadio de béisbol LECOM Park.
El LECOM Park, estadio de los Bradenton Marauders, filial de Clase A Avanzada de los Pirates, es el lugar a donde nos dirigíamos tras el importante madrugón que nos dimos aquel sábado 24 de marzo de 2018. Atrás quedaba una ciudad llena de matices, como es Miami, para dar paso a zonas mucho más tranquilas, y por qué no decirlo, casi desiertas. Como las cerca de dos horas y media, que se hicieron infinitas, en las que cruzamos de Este a Oeste de Florida, donde ningún ser vivo quiso acercarse a nosotros a lo largo de la carretera.
Al fin, tras muchas dosis de paciencia y un contundente desayuno recalentado en el único Área de Servicio que encontramos, comenzamos a vislumbrar algunas ciudades pequeñas al horizonte. Allí, una parada técnica para tomar café, cruzar miradas con algún fan de los Cardinals (buuuh) y llenar el depósito de gasolina, el cual nos permitiría encarar la última hora de viaje.
El tráfico se complicaba por momentos, los nervios estaban a flor de piel y el calor apretaba según se acercaba la hora del partido.
¡Gracias a Dios!… El primer cartel en la carretera en el que aparece Bradenton. Estamos cerca, no hay duda. Como al inicio de cualquier episodio de Bases Robadas, era hora de que sonara Glory Days a toda pastilla, y así lo hicimos. Estaba predispuesto a poner a Bruce Springsteen en bucle hasta llegar a nuestro destino.

Por fin salimos de la autopista para adentrarnos en Brandenton. El GPS marcaba solo 7 minutos hasta el estadio, debíamos estar cerca. Cruzamos calles llenas de casas residenciales con sus respectivos jardines y, en ese preciso momento, se me pasan mil cosas por la cabeza. ¿Cuántos partidos de Spring Training a lo largo de los años había visto desde aquel lugar?, ¿cuán afortunado podía sentirme por poder estar a escasos minutos ver a mi equipo en directo por primera vez? Incluso me llegué a preguntar, ¿cómo sería mi vida si fuese natural de aquella ciudad, de aquel estado o de aquel país? ¿Cuáles serían mis rasgos identitarios, mis aficiones, mis estudios? ¿A que dedicaría mi tiempo? ¿Haría algo más que coleccionar trading cards de béisbol?
El tiempo y los nervios juegan en mi contra, factores que, afortunadamente, tampoco me permiten deambular mentalmente durante demasiado rato. Encaramos la última calle, una avenida larga pero estrecha. Comenzamos a ver parkings al aire libre, algo así como una especie de aparcamientos de pequeñas empresas de la zona, descampados que, según parece, son utilizados a modo de parking público en los días de partidos. No tengo la total certeza de que esto fuera así, pero en apariencia, es lo que nos transmitió.
Los aficionados de los Pirates comienzan a hacerse notar, aunque debo decir que la cosa estaba muy al 50%, pues el rival de los locales eran los Tampa Bay Rays, el equipo por excelencia de la zona. El partido no prometía grandes emociones en lo puramente deportivo, dos Gerencias cuestionadísimas en la gestión de sus equipos durante el invierno, con grandes jugadores que cruzaron la puerta de salida y muchos otros en el foco de la prensa, como posibles piezas valiosas para franquicias candidatas al título. Ni siquiera eso iba a frenar mi ilusión.
Por otro lado, instantáneamente caí en la cuenta de que habíamos acertado de pleno en la elección del partido. Al disputarse en horario de sábado al mediodía, sumado al hecho de que jugasen los Rays, iba a provocar que las gradas luciesen un concurrido aspecto poco común en los partidos de Spring Training.
Conseguimos aparcar el vehículo en uno de los citados aparcamientos por unos 10$. La verdad, no parecía mala opción. Ya se vislumbraba el exterior del LECOM Park, estábamos a escasos 100 metros de uno de los accesos principales al Parque de los Bradenton Marauders.
Al llegar a la puerta de acceso y ver el terreno de juego a lo lejos, la emoción sobrepasa límites insospechados. Lo habíamos conseguido, no sin sufrimiento, pero habíamos llegado a tiempo para el partido después de cruzar la zona más desierta del Sur de Florida en unas cuatro horas totales. Nada más entrar, nos recibe un pequeño quiosco con merchandising de los Pirates junto a una gran pizarra con los lineups de ambos equipos. Iván Nova y Blake Snell comenzarían desde el montículo, a pesar de que era un hecho casi intrascendente al tratarse de un partido de pretemporada.

Suena el himno nacional, la gente se para en los pasillos exteriores donde nos hallamos mientras las notas musicales invaden el ambiente silencioso. Nos perdemos parte de la introducción del partido, por tardones. Al acceder a las gradas, acabo de quedar estupefacto por completo: el césped parece una gran alfombra verde. Hace un día muy soleado para jugar al béisbol.
Saltan los jugadores de los Pirates para ocupar sus posiciones en el campo. Se inician los primeros lanzamientos de Nova mientras conseguimos localizar nuestros asientos, con el amable realojo de un veterano lugareño despistado incluido, el cual había ocupado una de nuestras butacas accidentalmente.

El resto del partido es historia, comienzan anotando los Rays en la segunda entrada, pero los Pirates enseguida dan la vuelta a la situación y acaban dominando el resto del partido prácticamente en todo momento. Durante el devenir del encuentro, simplemente me dedico a disfrutar de cada uno de los innings, permitiéndome el lujo de escaparme puntualmente a por alguna cerveza local, algo de comida para saciar nuestros rugientes estómagos y, cómo no, unos cuantos recuerdos materiales de los Pirates… que luego ya sabemos lo caro que resulta realizar pedidos de merchandising oficial desde España, entre tasas y gastos de envío internacionales.
Por citar algunos nombres propios, destacaría las actuaciones de Francisco Cervelli, con un HR espectacular de dos carreras en la 2ª entrada, y Josh Harrison, quien realizó una séptima entrada formidable, impulsando una carrera decisiva y anotando otra. Por último, reconozco que desde un punto de vista totalmente subjetivo quedé muy satisfecho de poder ver lanzar en directo a Dovydas Neverauskas, el relevista lituano de los Pirates, de quien intento seguir su evolución de manera habitual, fomentado especialmente por el hecho de ser europeo y jugar en mi equipo. Dicho sea de paso, su historia da para un artículo aparte.
Con el partido a punto de resolverse, damos una última vuelta al diamante, inmortalizamos los últimos recuerdos y hablamos con algunos residentes de la zona. La gente fue muy amable en todo momento con nosotros, nos explicaba alguna curiosidad que nos habíamos perdido por ir al baño (como la del coche al que se le partió la luna delantera después del impacto de un Foul) y, especialmente, muestran interés al querer saber más sobre qué hacían unos chavales españoles viendo un partido de Spring Training, en un pueblo perdido en mitad de Florida. Una larga historia, señores, lo reconozco.

Nuestro camino debe continuar, todavía nos quedaban horas para llegar a Orlando y, a pesar de que me costó especialmente, llegó la hora de cruzar las barreras de salida del LECOM Park, volver al coche, comprobar que no había sido aniquilado por ningún bambinazo y decir adiós a la pequeña población de Bradenton.
A pesar de que no volvería a ver a los Pirates durante mi estancia en Florida, el siguiente partido, y no menos emocionante, era el Opening Day entre los Cubs y los Marlins. El primer partido de la temporada, donde vimos el primer HR del año, en el primer turno al bate… pero eso lo dejamos para la próxima entrega.
Aquí cerramos por hoy, a pesar de que quedan muchas anécdotas sobre mi experiencia en el Spring Training de los Pirates. No obstante, esos detalles los dejaremos para algún episodio de nuestro podcast.
¡Fuerte abrazo!
