Negras tormentas y nubes oscuras dominan el horizonte de la MLB. La temporada muerta ha sido brutal. Dolorosa para los más viscerales. Simplemente decepcionante para el resto. Solo ha habido malas noticias. Los Astros se han caído del pedestal en el que estaban. Ellos solitos se lo han buscado. Lo mismo les ha pasado a los Red Sox, que no solo son tramposos sino también cobardes por traspasar a una de las grandes estrellas de la liga y tirar sus opciones de luchar por el anillo.
Al escándalo del robo de señales que ha tenido su epicentro en Houston y Boston hay que añadir la torpeza del comisionado. Todo parece indicar que la liga estaba al tanto de lo que sucedía (como ya pasó hace años con el tema del dopaje) y sin embargo no actuó hasta que la prensa destapó el asunto. Y cuando lo hizo no dejó a nadie contento. Aficionados y jugadores (con más o menos argumentos) han criticado las algo tibias sanciones que han tomado Manfred y compañía.
Pero el comisionado, empeñado en ser el centro de todas las críticas, ha tenido tiempo de meter todavía más la pata. En su afán por “modernizar” el deporte la MLB ha dejado caer una serie de medidas de lo más peregrino que no han dejado a nadie indiferente. La más peculiar de todas es la de un nuevo formato de playoffs que resulta innecesario, incomprensible y absurdo a partes iguales.
Por no hablar de la cruzada, contra la que el propio Bernie Sanders y otros congresistas se han posicionado, para reducir el número de equipos en las Ligas Menores.
Lo dicho, son tiempos oscuros. El aficionado a la MLB está decepcionado, cansado, asqueado… pongan el adjetivo que quieran. No estaba allí, así que no sé cuál era el sentir general tras el amaño de las Series Mundiales del ‘19, la huelga del ‘94 o el descubrimiento del escándalo de los esteroides, pero imagino que era similar a lo que estamos viviendo en el presente.
La MLB necesita héroes para recuperarse y devolver la ilusión a los aficionados. Babe Ruth “salvó” al béisbol después de que los Black Sox lo pusieran en la picota. La sonrisa de Ken Griffey Jr. ayudó a que los niños se olvidaran de la huelga y la sabermetría nos hizo ver que había vida más allá del dopaje. ¿A quién debemos mirar ahora?
Lo primero que me viene a la mente son tres equipos de mercados pequeños. Ellos pueden devolverle la fé al aficionado. En estos tiempos de todo o nada en que solo valen las 100 victorias o el tankeo descarado hay tres franquicias que parecen dispuestas a remar contra corriente. Hablamos de Twins, Rays y A’s. Llevan años con todo en contra, y aún así se las han apañado para competir. Ver a cualquiera de los tres hacerse con las Series Mundiales en 2020 sería una alegría.
Otra opción podrían ser los Yankees. El Imperio del Mal ya no es tan malvado. Hace unos años se les criticaba por hacerse con los mejores peloteros a golpe de talonario, recientemente han demostrado ser capaces de draftear y desarrollar a jugadores tremendamente carismáticos. Además lo que hace años se veía como una dominancia impuesta por su superioridad económica hoy se ve como generosidad. Los Yankees son los “únicos” que pagan justamente. Mientras que los Red Sox prescinden de su jugador franquicia para ahorrar dinero los del Bronx se hacen con el mejor agente libre disponible pagándole lo que se merece. Son el equipo del pueblo.
También podemos poner nuestras esperanzas en jugadores concretos. Sería bonito ver como Kris Bryant o Mookie Betts, que han sido ninguneados por Cubs y Red Sox respectivamente, firman temporadas de MVPs y se garantizan contratos de aúpa en la agencia libre. O ver a esa Santa Trinidad que los Blue Jays tienen en Guerrero, Biggio y Bichette devolver la ilusión a los aficionados canadienses. Si yo tuviera que quedarme con un nombre ese sería sin duda Pete Alonso. Hay algo que me resulta mágico en el primera base de los Mets. Es como ese compañero grandote y sonriente del instituto. Ese tipo que podría dar de ostias a todo el mundo y ser un macarra pero que ha elegido sonreír constantemente y disfrutar de lo que hay a su alrededor. Es un gigante apacible. Sus celebraciones siendo despojado de su camiseta simbolizan el béisbol limpio y sincero. El contrapunto perfecto a la mezquindad de Altuve al indicar a sus compañeros que no lo quitaran la zamarra (no sabemos si por el celo de su mujer, un tatuaje demasiado feo o un dispositivo electrónico).
El béisbol necesita héroes. Afortunadamente hay donde elegir.