Siempre ha habido historias de deportistas que parece que han sido diseñadas para la historia. Y otras que parece que han nacido de la pluma del mejor guionista de Hollywood. Y la vida de José Delfín Fernández encajaría en ambas. La primera porque, cada paso que este extraordinario pitcher cubano daba en el mundo del béisbol, le parecía encaminar a un lugar en la historia de este deporte. Y la segunda porque tanto su ascenso, su trayectoria y, sobre todo, su abrupto final parece diseñado para hacer una película rompe taquillas, sobre todo en aquellos países donde el béisbol forma parte de su cultura.
José Delfín Fernández nació en Santa Clara (Cuba) el 31 de Julio de 1992 en el seno de una familia humilde. Como no podía ser menos en su trágica vida, el padre de José abandonaba a la familia al poco de nacer y su madre, Maritza, hacía lo posible por gobernar la familia. Eso sí, apoyada por la figura de su abuela, Olga.
Delfín, como era conocido en su infancia, enseguida se mostró como un chaval muy activo y pronto mostró mucho interés en el béisbol jugando con cualquier artilugio que encontrara por las calles. Palos o piedras le servían para practicar su adorado hobby.
Al principio, y dado que su cuerpo empezó a crecer de forma desproporcionada, lo que más quería era batear. Sin embargo, en el momento que empezó a lanzar, se obsesionó con tirar lo más rápido posible. Esa fue siempre su gran obsesión. Alcanzar las 100 millas, objetivo de muchos de los pitchers que quieren dedicarse a este deporte. A los 11 años ya alcanzaba las 85 millas, una auténtica barbaridad para su edad.
Como veía que su futuro en el béisbol dependía de su marcha a los Estados Unidos, no paró hasta lograr su sueño. Varias veces lo intentó. Alguna de ellas incluso le supuso una breve estancia en la cárcel y ser sancionado un año sin jugar al béisbol. Y al final lo logró, eso sí, salvando a su madre de morir ahogada. Así, el balsero cubano José Fernández alcanzaba su sueño, llegar a USA para poder ser lanzador profesional en el futuro.
Su andadura en USA empezó en Tampa donde se fue a vivir con un ex padrastro suyo, Ramón Jiménez. Allí fue reclutado por la Braulio Alonso High School donde consiguió ganar 2 campeonatos estatales. Especial fue la primera vez donde José era el pitcher que conseguía la victoria final. Ya se vislumbraba un gran futuro para el chaval cubano. Su obsesión por el béisbol fue legendaria. Mientras los demás chavales de su edad hacían las cosas típicas de su edad, José Fernández (ya dejando de lado su segundo nombre Delfín), sólo estaba centrado en el béisbol y en cómo conseguir lanzar más y más rápido.
Si el guión de Hollywood seguía cumpliéndose, José Fernández tendría que acabar en algún equipo de Florida por la estrecha relación entre este estado y su país natal, Cuba. Y en las grandes ligas había 2 opciones, los Tampa Bay Rays y los Miami Marlins. Y paradójicamente, acabaría en este último. En 2011 fue seleccionado en el puesto 14 de la primera ronda por los Florida Marlins (luego pasarían a llamarse Miami Marlins). Su paso por las ligas menores fue meteórico. En 3 temporadas, consiguió un ERA total de 2.32 y una capacidad para el SO brutal (10,9 SO por cada 9 entradas).
Con 20 años, José Fernández debutaba en el Gran Show, con apenas 20 años, el 7 de Abril de 2013 contra los New York Mets encajando sólo 1 carrera en 5 entradas y consiguiendo 8 strikeouts. Su temporada de debut fue asombrosa consiguiendo 12 victorias y 6 derrotas logrando un ERA de 2.19, una auténtica barbaridad. Si ya era un registro increíble para una superestrella, imagínense si lo hacía un rookie. Su temporada 2013 se saldó con un puesto para el All Star y consiguiendo el Rookie del año de la Liga Nacional de forma clara ganando en la votación a otro cubano como Yasiel Puig y derrotando a futuras súper estrellas como Nolan Arenado o Hyun-Jin Ryu.
En 2014 era el jugador más joven en lanzar en el Opening Day tras el mítico Dwight Gooden. Sin embargo, el guión de película se volvía a cumplir, y la más temida lesión para los pitchers se cruzaba en su camino. Unas molestias en el codo acababan en la siempre complicada cirugía Tommy John, acabando prematuramente su temporada 2014 y postergando su comienzo en 2015. Su ERA antes de la lesión seguía siendo increíble, 2.44.
La cirugía TJ siempre crea cierta incertidumbre a los jugadores que pasan por ella. Siempre quedan dudas de si podrá recuperar sus prestaciones, si su bola rápida alcanzará la velocidad previa a la lesión. Pues no fue el caso del prodigio cubano. En 2015, JDF16 (su acrónimo hecho marca) volvía al montículo y parecía que había estado descansando los 5 partidos reglamentarios. Sin ir más lejos, su segundo HR en las grandes ligas fue en su partido de reaparición. De nuevo volvía a maravillar ganando 6 partidos por 1 derrota y consiguiendo bajar de 3 en ERA de nuevo.
Por entonces, su carácter jovial y exaltado que, al principio de su carrera le ocasionó algún desencuentro con rivales (por ejemplo, su primer HR en las Grandes Ligas contra los Braves le ocasionó una pequeña trifulca con el catcher James McCann por correr las bases de una forma un tanto parsimoniosa), le había hecho ser un jugador totalmente diferencial y especial. No sólo en Miami, donde cada partido donde lanzaba era un acontecimiento, sino también en el resto del país donde era admirado ya unánimemente. Su apodo “El Niño” hablaba de un carácter jovial, a veces infantil, que conectaba muy bien con el espectador y con sus compañeros.
Su arsenal de pitcheos constaba de 3 diferentes lanzamientos (o 4, como veremos). Una bola rápida que rozaba las 100 millas, una curva maravillosa y un cambio. La bola rápida, su obsesión desde que era chico, curiosamente subió de velocidad después de la operación Tommy John, cosa bastante poco frecuente. Pero quizá la bola que más fama le dio era una breaking ball que dio mucho que hablar. La razón es que esa breaking ball a veces era una bola curva y otras era una slider que andaba por 86 millas por hora. Algunas incluso se atreven a vaticinar su slider como la mejor slider de la historia de un pitcher diestro. La última bola, el cambio, lo usó progresivamente empezando lanzando alrededor de un 10% hasta llegar a un 16% en su último año. En resumen, una máquina de hacer strikeouts.
En 2016, José Fernández volvía a ser un pitcher referente en al MLB. 16 victorias y 8 derrotas con un ERA de 2.86 le volvía a situar en el All Star tras 3 años y conseguía el 7º puesto en la votación por el CY Young de la Liga Nacional, logrado por Max Scherzer.
El 24 de Septiembre de 2016, José Fernández salía a practicar uno de sus mayores hobbies, pasear con su lancha por la bahía de Miami y pescar. Lo hacía con 2 amigos. Sería la última vez que se sabría de él. En la madrugada del 25/09/16 su lancha aparecía destrozada tras golpearse con unas piedras y las tres personas a bordo fallecían en el acto. Más tarde se supo que en la sangre del pitcher cubano se encontraron restos de alcohol y cocaína. Muy extraño ya que nunca se había conocido coqueteos del cubano con ambas sustancias. Para dar más tragedia a su muerte, su novia estaba embarazada por aquel entonces de 3 meses de una niña que se llamaría Penélope.
El fallecimiento de José Fernández hizo mucha mella en la franquicia. La considerada piedra angular de la misma y por la cual se iba a empezar a construir una franquicia que compitiera con los grandes desaparecía, y muchos achacan a esa pérdida al posterior destrozo que se hizo luego traspasando a jugadores como Stanton, Ozuna o Yelich.
Todos se preguntan por el techo que hubiera podido alcanzar José. Unos incluso se aventuraban a decir que iba a ser el mejor lanzador de la historia. Nunca sabremos si llegaría a tanto pero lo que estaba claro es que era un jugador para marcar una época, como lo han hecho los Verlander, Scherzer, Kershaw, etc… Su legado incluye ser el jugador con un porcentaje más alto de eliminados por SO de una carrera profesional, un 31%.
Como podéis ver, una vida en la que todo transcurrió demasiado rápido y cuyo episodio final fue igual, prematuro.