Un año más llega nuestra temporada y ya van bastantes más de cien.
Y aquí tendremos lo de siempre, cuando hablo de aquí es de España, donde todo va cargado de bombo, donde todo quedó anclado allá a finales de los 50. Continuaremos afincados en la idolatría de aquel que entendemos que encarna nuestros valores, sin reflexión alguna, en el Fernando Alonso o Rafa Nadal, o demás defraudadores de turno; buscando un equivalente, huérfanos de un Jimmy Saville al que idolatrar por encima de sus aberraciones y delitos.
Y nada más maravilloso que el linchamiento inmediato de cualquier jugador MLB al que se le sancione por dar positivo, o el cuñadismo de twitter ante cualquier referencia en las redes a estrellas de la «era de los esteroides».
Viviremos la operación llegada y salida de los nflitas hacia, y desde, su residencia de verano, obligándonos a asistir con hilaridad e indignación a las soflamas de aquellos cuya visión no periférica los lleva a analizar con sorpresa nuestro deporte cual europeo presenciando ritual de tribu africana.
Presenciaremos, tal vez, la última temporada sin que Rob Manfred cambie nuestro deporte para siempre, simplemente porque quiere formar parte de la historia y porque todos le dejan hacer, Tony Clark el primero. Nos enfrentaremos, sin duda alguna, a una sesión decisiva para la sabermetría como método de control de todo y todos, este 2019 sentenciará si los números alcanzan el reinado del béisbol, pero también si el Home Run se erige definitivamente como príncipe regente o si el robo de base queda como una rara pieza de museo.
Pero por encima de todo, gozaremos el deporte que nos apasiona, toda tarde y toda noche, largos partidos cuando alarga el día. Seguiremos haciendo cuentas de esos cuatro, cinco o seis días que tarda en aparecer tal pitcher que domina o cierra el partido y ante el que nos postramos, seguiremos mirando de cara la máscara del cátcher que nos inspira, levantándonos de la silla ante una atrapada salvaje, una doble o triple eliminación o un robo de base; sin olvidar las madrugadas de insomnio en que solo nos queda el porno y el béisbol. Amaremos, un año más, esos domingos de verano en los que a partir de las 7 solo hay playa o béisbol, y no tenemos ni ganas ni cuerpos para la playa. Llegará la rutina que nos da la vida, con la esperanza de que llegue septiembre y los nflitas vuelvan a sus cuarteles de invierno abandonando nuestras calles.
Y con la temporada volverán los lunes de la Lata de Maíz, un programa ya de culto, ese invento de Daniel García Martínez que lo cambió todo, del que todos derivamos y todo deriva; los domingos de Bases Robadas; El Estado 52 de Mario Gómez con el Erial; los podcasts de Miguel Hijosa o los artículos de Pitcheos Salvajes, ese Pitcheos Salvajes que se sacó de la chistera Àngel Lluís Carrillo Pujol unificándolo todo cual Garibaldi. Y, por supuesto, volveremos a leer y escuchar al Profesor Don Fernando Díaz Cobo, un año más, y van veinticinco. Eso sí, por desgracia todo ello sin Miguel Pérez, se le echará de menos.
Volveremos a casa.
PD: Lo que va a molar Ohtani este año.