Hace unos días el doctor Àngel Carrillo (el maravilloso loco que montó esta web) se despachaba a gusto contra la MLB. Decía lo que algunos aficionados pensamos. Que el comisionado y las franquicias de las Grandes Ligas están apostado por un modelo poco sostenible que busca el rendimiento económico de una manera descarada. Cada vez se preocupan menos por el aficionado y “el béisbol”, decía Àngel, “se ha convertido en el medio, no en el fin”. Solo de esta manera se puede entender el tankeo descarado de algunos equipos, la ofensiva por desmantelar parte de las Ligas Menores y la adquisición de algunas franquicias por grandes grupos de inversión interesados únicamente en el corto plazo.
La salida de Betts de los Red Sox hace que se nos caiga un mito. Uno de los pocos propietarios para los que competir año tras año había sido algo obligatorio. Desde su llegada a los Red Sox en 2002 John Henry había tenido un comportamiento ejemplar. No le había temblado la chequera en ningún momento y es así como ha conseguido ganar cuatro Series Mundiales en 16 años. Henry ha sido, en cierta manera, una versión apacible y discreta de “Papá” Steinbrenner. Mucho más callado que el “Boss” pero igual de manirroto.
Este invierno ha dicho basta. Y lo ha hecho a lo grande. El gran objetivo de los Red Sox durante esta temporada muerta no ha sido reforzar la plantilla, ni siquiera mantener el bloque, sino disminuir la carga salarial. A pesar de que había un equipo con opciones de competir. El mismo, salvo variaciones minúsculas, que hace apenas 15 meses ganaba las Series Mundiales tras firmar una de las mejores temporadas regulares en la historia de la MLB. Henry es el primero que se desprende de un MVP y un Cy Young en un mismo traspaso. Nunca antes se había tradeado a un jugador de la talla de Mookie Betts.
En estos momentos de hartazgo y desidia hacia los grandes dueños de la MLB conviene buscar algo de inspiración. Recuperar la fe en el béisbol (y en la humanidad). Antes de mandar todo a la mierda merece la pena detenerse un momento y buscar a algún justo en Sodoma. Hay muchos, la mayoría anónimos. Los podemos encontrar en las ligas de barrio de Brooklyn, en las competiciones semi profesionales australianas, en el Parque Central de La Habana y en el campo del Turia. Pero vamos a centrarnos en uno que tiene nombre y apellidos: Miles Wolff.
Miles Wolff nació en Baltimore en los años cuarenta. Lo suyo con el béisbol fue amor a primera vista. A pesar de su pasión no tardó mucho en darse cuenta que ni el bate ni el guante eran lo suyo, así que empezó a interesarse por los aspectos organizativos. Cuando contaba con solo 26 años los Braves le nombraron General Manager de su equipo afiliado en Savannah. Estuvo allí tres temporadas y absorbió información como una esponja. Aprendió sobre el mantenimiento del césped, sobre las concesiones más populares entre los aficionados y sobre las promociones más exitosas.
Los seis años siguientes los pasó de una lado para otro. Cada primavera era contratado por un equipo distinto de las Menores para ayudarles durante la temporada. Miles Wolff trabajaba durante seis meses y disfrutaba durante el invierno. Hasta que decidió dar un paso adelante.
“En aquellos años nadie quería tener un equipo de los Menores”, reconocería Wolff años después. Era la época en que el fútbol americano estaba sobrepasando al béisbol en popularidad. A pesar de que parecía un plan suicida Wolff se acabó convirtiendo en el dueño de un nuevo equipo en la Carolina League: los Durham Bulls.
Fue todo un éxito. Wolff aplicó los conocimientos adquiridos en los años anteriores y consiguió que los Bulls atrajeran a 150.000 espectadores durante su temporada de debut. La asistencia continuó siendo espectacular en los años siguientes y la popularidad del equipo traspasó la frontera del estado de Carolina del Norte y llegó hasta Hollywood. En 1988 se estrenaba una película protagonizada por Kevin Costner, Susan Sarandon y Tim Robbins que llevaba el título de Bull Durham.
Durante aquellos años Wolff consiguió mucho más que convertir a los Bulls en un fenómeno nacional. En 1983 compró una publicación canadiense que llevaba por nombre All-American Baseball News y la refundó bajo el nombre de Baseball America. ¿ Les suena? A día de hoy sigue siendo la revista de cabecera de todo aficionado al béisbol.
Los Bulls eran un equipo afiliado a los Braves. Esto hacía que fuera la organización de Atlanta la que tomaba las decisiones deportivas. Subía y bajaba jugadores a su antojo y de esta manera se imposibilitaba que los aficionados se encariñaran con los peloteros. El control de las organizaciones de las Mayores sobre sus afiliados fue creciendo cada vez más. Wolff no lo podía soportar. Esta presión y ciertos enfrentamientos con el ayuntamiento de Durham le empujaron a vender el equipo en 1990.
Durante ese mismo años Miles Wolff formó parte de un comité encargado de establecer las relaciones las Mayores y las Menores. Acabó asqueado. “Los propietarios de las franquicias de las Grandes Ligas no tienen ni idea de lo que son las Ligas Menores. La fortaleza de la MLB radica en 150 ciudades de todo el país que están promocionado el deporte. Y ellos no aprecian lo que tienen: uno de los mayores monopolio del mundo”. Wolff estalló a la salida de una de esas reuniones: “No quiero hacer negocios con estos tipos”.
Así que se embarcó en un proyecto abocado al fracaso: la creación de una liga independiente. Y pese a tenerlo todo en contra tuvo éxito. Tras dos años de negociaciones y contactos con ciudades del Medio Oeste echó a andar la Northern League, la primera liga independiente desde 1960.
El éxito de Wolff animó a otros a seguir su ejemplo. A día de hoy existen cuatro ligas independientes perfectamente asentadas y con bastante nivel y otras cuatro que llevan operando varios años pese a las dificultades a las que se enfrentan. Entre las cuatro primeras cabe destacar la American Association (continuación de la Northern League) y la Can-Am League, ambas impulsadas por Miles Wolff.
Los Long Island Ducks, los St. Paul Spirits y los Somerset Patriots se las han apañado para llevar a más de 5.000 espectadores de media a cada uno de sus partidos como locales. Estos equipos demuestran que es posible vivir al margen de las Mayores. “Hay un montón de idiotas dirigiendo la MLB”, ha dicho Wolff. “Queremos que los equipos de las Menores sepan que no tienen por qué trabajar con esos cretinos”.