Con esto de la cuarentena y el confinamiento tenemos al personal recomendando todo tipo de cosas para pasar el rato. Desde ejercicios físicos a recetas de cocina pasando por libros, películas, series, cómics, videojuegos, juegos de mesa, sudokus y crucigramas. En el mundo del béisbol no nos estamos librando. Se están haciendo todo tipo de recomendaciones: partidos antiguos y películas en su mayoría, libros en menor medida y hasta algún videojuego.
La excusa para ser sometidos a este aluvión de recomendaciones es que disponemos de más tiempo libre que de costumbre. Podemos ver (o leer) cosas para las que antes no encontrábamos huecos. Y sin embargo, lo recomendado, al menos en materia audiovisual, son cosas bastante manidas. “Ahora que tienes tiempo libre aprovecha para ver tal película sobre béisbol”, nos dice alguien en Twitter o en la prensa. Y resulta que es un film que ya está más visto que la puñeta.
De verdad, aún hay gente que no conoce Campo de Sueños, Los Búfalos de Durham, Ellas dan el golpe, Moneyball, The Sandlot, The Natural o El honor de los Yankees. ¿Es necesario volver a recomendar esas películas? Imaginó que en muchos casos los encargados de recomendarlas se limitan a teclear “mejores películas béisbol” en Google antes de compartir la información con los demás.
Hay una película, sin embargo, que no suele aparecer en esas listas de recomendaciones. Y cuando lo hace pasa muy de puntillas. Pero es una maravilla. La mejor. Me refiero a The Bad News Bears. La original, la de 1976 con Walter Matthau como protagonista. No el decepcionante remake de Richard Linklater y Billy Bob Thornton.
The Bad News Bears es una película antisistema e irreverente. Una crítica, aparentemente inocente, al encorsetamiento y las convicciones sociales. Una cohete contra el modo de vida suburbial que se generalizó entre la clase media durante los setenta.
Situémonos: 1976, los Estados Unidos están en paz después de casi 20 años haciendo el ridículo en Vietnam. Los disturbios raciales y sociales parecen cosa del pasado. El rock ha sido sustituido por el disco y los hippies han pasado de moda. Además, la nación entera está celebrando su 200º cumpleaños.
Ese es el contexto en que se estrena una película infantil que cuenta las desventuras de un equipo de béisbol de chavales de 10 ó 12 años. Y digo desventuras porque son un auténtico desastre. Son muy malos. Tanto que ningún otro equipo los has elegido y ningún padre los quiere entrenar. Es así como un ex pelotero alcohólico, pasota y mal encarado (Walter Matthau) acaba siendo su entrenador.
El personaje de Matthau, que no para de privar durante toda la película, es solo el primero de los seres políticamente incorrectos que desfilan por la pantalla. Le siguen padres obsesinados por triunfar, otros que no se preucupan por sus hijos y toda una colección de soccer mums de lo más superficial. Entre los chavales tenemos a dos hispanos que no hablan inglés, un joven pantera negra, una marimacho, un malote, un malhablado, un gordo y un autista.
Este grupo de chavales son el mayor hallazgo del film. Son niños de verdad. Te lo podrías encontrar en la calle. Son chavales feos, con los piños torcidos y el pelo grasiento. Nada que ver con los maniquíes de la factoría Disney. Parece que los críos que fueron al cine quedaron fascinados por esto. Se vieron en la pantalla. Ese fue parte del éxito.
Este largometraje inauguró, en cierto modo, el género de las películas deportivas infantiles. Esas feel good movies en las que una panda de mataos caen en manos de un entrenador algo atormentado que en un primer momento pasa de todo. Finalmente el entrenador es cautivado por la humanidad de los chavales, que además le devuelven la fé en la especie humana, y hace todo lo posible para que estos cumplan su sueño (un saludo para Javier Fesser y tantos otros).
Pues bien, The Bad News Bears fue la primera, pero no sentó las bases del género. El personaje de Matthau no encuentra la redención entrenando a los niños, sino todo lo contrario. Son los chavales los que acaban contagiados por el espíritu inconformista y hasta iconoclasta del entrenador. Tanto que en la escena de cierre, después de haber perdido la final del campeonato, se beben unas birras mientras insultan a sus rivales. Sí, has leído bien. Una película infantil termina con un grupo de chavales de 12 años bebiendo cerveza sin que ningún adulto diga nada.
La derrota de los Bad New Bears en la final no deja de ser un homenaje a todos los grandes perdedores, no solo del deporte, sino de la vida. A todos esos que el sueño americano (y occidental) estaba dejando de lado y que en ese mismo 1976 encontraron una voz en el punk y un refugio siniestro en la heroína. El mensaje queda muy claro: preocúpate por quién eres, no por qué eres. Lo importante no es el resultado, sino el camino recorrido. Un mensaje que Thatcherismo y Reaganismo se encargarían en destruir durante los ochenta.