Faltan 10 minutos para las nueve de la mañana. Llevo a mis hijos al cole, suena “The Clash”, hay pocas cosas mejores para que los niños lleguen con las pilas puestas a sus aventuras diarias. Mientras Joe Strummer va preguntándose si debe quedarse o irse, que no tiene ni idea de lo que quiere su novia, y no lo sabrá ahora ni nunca ni creo que nadie lo sepa, mis hijos me hacen la pregunta. “Papá, ¿por qué te gusta el béisbol?” Tengo los tres minutos que me quedan para contestar.
-Porque es el deporte más cojonudo que he visto nunca, por esa manera que tienen los pitchers de lanzar, por el rostro de los jugadores, por lo inteligente que es el juego, porque cuanto más conoces el deporte te das cuenta de lo poco que sabes y quieres aprender más, por sus maravillosas historias…
Llegamos al cole, los dejo en sus respectivas colas, vuelvo a casa, me fumo un cigarro sin sacarme mi sudadera del Jefe Wahoo -todo muy políticamente incorrecto-, y me siento ante el ordenador.
Querida hija, me gusta el béisbol porque es un deporte donde todos los jugadores tienen su oportunidad, y normalmente la mayoría tienen las mismas. Todos tienen su turno al bate para enfrentarse al pitcher y es un “duelo al sol” entre dos, sin nadie más, sin nada que impida conectar un hit o ser eliminado por Strikeout, y que tus compañeros están allí, para ayudarte, pero el peso de la jugada es tuyo, como en la vida, donde tu eres responsable de tus decisiones y el resto de la gente está allí, para ayudarte a que salgan bien o para ponerte la zancadilla, porque siempre encontrarás gente que te quiera y otros que no serán tan buenos contigo. El béisbol te obliga a enfrentarte con tus responsabilidades, no puedes esconderte detrás de los defensas o los delanteros, es tu momento, el tuyo sólo, para batear o lanzar, y allí estás, con un bate para darle a la bola o con la bola para que no le de al bate. El béisbol es una escuela de la vida.
Querido hijo, me gusta el béisbol por la belleza del deporte. Por esas bolas que lanzan los pitchers, por esa curva que muere a los pies de la víctima, por esa recta que viaja a velocidades estratosféricas, por ese balanceo del bate, por ese swing perfecto que aparece a la altura de las rodillas, por esos Home Runs, por esas jugadas defensivas que te dejan con la boca abierta, por esa bola que se cuela bajo las piernas cuando crees que es una jugada sin ninguna transcendencia, por los aficionados que cogen bolas con vasos de cervezas, por la sonrisa del niño al pillar una bola y la cara de espanto del padre cuando la devuelve al campo, por la jugada imposible que la convierten en fácil y por la fácil que es imposible, por el catcher que se saca la máscara, por los gestos de los umpires, por las pipas que comen en el banquillo, por los pitchers que están calentando, por ese teléfono de los viejos tiempos, por las risas y por las lágrimas, y sobre todo por los rostros.
Creo que es el deporte en el que tenemos más primeros planos de las caras de los jugadores, ver el rostro del pitcher que está a un out de conseguir un inning limpio o pasar al otro extremo, ningún out y las tres bases llenas. Son miradas y gestos totalmente diferentes, son cerebros que andan a dos velocidades, de la confianza al pánico. Pero sabes que pueden cambiar en milésimas. El último out puede ser un Home Run y las tres bases se pueden vaciar con una doble eliminación y un out, y ves ese cambio, y es una persona con el mismo nombre pero con dos caras totalmente diferentes. Y los bateadores, cuando se enfrentan a su suerte, el primero sabe que todavía quedan otros dos que pueden ayudar al equipo. Cuando llegamos con dos outs ya queda en el plato la última esperanza del inning, o si es el noveno, la última alma del equipo, y todo se refleja en el rostro de un tipo joven, que ha sido el mejor jugador de su escuela, barrio o ciudad, y se enfrenta al último aliento de un partido que terminará con él, para la victoria, la derrota o para que los aficionados tengan tiempo de tomarse la última birra.
Querida hija, lo que me entristece del béisbol es que no tengamos más béisbol aquí. Perdón, que no podamos ver más béisbol que se juega aquí. Me encantaría que los domingos por la mañana, mientras preparamos la comida y vosotros terminas con las aceitunas y patatas, pudiéramos estar viendo algún partido de nuestra liga, pero eso no es así. Nos han etiquetado de “minoritarios”, así que ninguna televisión se molestará en dar partidos en directo. Es muy caro, las cámaras, el montaje… Siempre el dinero, el jodido dinero, la excusa de los cobardes. Y que esto no interesa. Por lo visto hay un señor o varios que saben diferenciar lo que interesa de lo que no interesa. Son muy listos, aunque yo sospecho que son unos analfabetos deportivos. Aunque siempre podemos acercarnos a algún campo de béisbol, que hay por todo el país, ver algún partido, acudir a alguna jornada de puertas abiertas, jugar nosotros o llevar a nuestros hijos a que jueguen. Y podemos comprar un guante, una bola y jugar al catch en cualquier lugar, o quedar con unos amigos con un bate y una bola y montar un partido…
El único béisbol que podemos ver por televisión es el de la MLB, que tienen un canal, MLB TV, donde puedes ver todo lo que quieras, y una aplicación, At Bat, que te ofrece partidos y todo lo que quieras de la competición. Y me gusta cómo está organizada la MLB. Juegan 162 partidos y para que la competición esté igualada intentan que todos tengan el mismo dinero. No lo consiguen del todo, pero han creado una competición donde cada año la mitad de los equipos tienen posibilidades de llevarse el título. Aquí no estamos acostumbrados a esta filosofía, ni nos gusta, es mejor tener un par de equipos que puedan ganar y el resto que hagan de comparsa, que el deporte es para participar, para ganar ya tenemos a otros. Y como a mí me gusta la competitividad lo más igualada posible, me encanta la MLB, lo otro me aburre.
Querido hijo, me gusta el béisbol por sus historias, que tiene a miles y cuanto más lees, más maravillosas las encuentras. ¿Sabes que este deporte se empezó a jugar en la época de los pistoleros del Oeste? Que ha habido miles de jugadores, pero el más bueno fue un tal Babe Ruth, que jugaba y vivía al límite. Que la mayoría de equipos tienen más de cien años de vida, que una cabra maldijo un equipo, que los mejores bateadores de la historia hicieron trampas y ahora no saben qué hacer con ellos, que los Mets fueron el peor equipo un año y al siguiente se llevaron el título, que… Que todavía nos quedan un montón de historias geniales por conocer.
Querida hija, me gusta el béisbol por los aficionados. Han conseguido hacer un deporte donde las discusiones sin fundamento no tengan ninguna validez. Cuando hablas de un jugador o un equipo debes razonarlo con datos. En el béisbol no vale decir “Mengano fue el mejor defensor de la pasada temporada”, porque alguien te puede contestar que las estadísticas de Mengano fueron patéticas, y por mucho que el otro diga que él vio cinco partidos en los que jugó muy bien, sabes que lo que hizo fue lo que hizo y no hay más. Las opiniones personales están muy bien, pero debes razonarlas, como deberías hacer con las decisiones de tu vida. Razonarlas, aunque sé que no siempre será así, yo también he tomado muchas decisiones sin razonarlas.