Se encontraba la eliminatoria donde querían los Houston Astros, 3-2 a Los Dodgers, y con Justin Verlander en el montículo, el especialista en momentos decisivos en el momento decisivo y con imparable inercia.
En una noche con una temperatura mucho más decente que al inicio de las Series Mundiales que influyó en el juego, los Dodgers se llevaron al estadio a sus figuras vivas, además de apelar al espíritu de Jackie Robinson, casposo famoseo, parejas guayoneras y gradas llenas de disfraces ridículos, ¿Qué disfraz no lo es?
Tanto Justin Verlander como Rich Hill se antojaban decisivos, en un momento de la postemporada en que el agotamiento mental y físico de los bullpens les daba poco margen. Los dos reales aces de ambas rotaciones, al menos, cuando no ha de temblar el pulso.
De ellos esperábamos que volviese el béisbol de verdad, que se acabase el Home Run Derby ball, el ver gente por el outfield corriendo como pollos sin cabeza, los resultados de balonmano, el que el público consiga más atrapadas que los exteriores, el ¡wow como mola el béisbol y que bien nos lo pasamos con veinticinco carreras y el concurso de mates de la NBA! Con todo respeto, por supuesto, a los amantes de ese tipo de béisbol, todo gusto no delictivo es respetable excepto el gusto por Amaral.
Justin Verlander se mostró seguro e imbateable en las cinco primeras entradas, parecía que sería imposible anotarle, pero se complicó en la sexta permitiendo dos carreras, Austin Barnes y Chase Utley, impulsados por Taylor y Seager que ponían delante a Los del Chávez Ravine, 2-1, anulando el previo home run de George Springer para los Astros. Ahí finalizó su intervención.
Rich Hill, en la tercera y con dos eliminados, erró en la localización de la bola, lo que aprovecho George Springer para golpear, sobradamente, la bola a la grada, 0-1 para los tejanos. Dejó la loma en la quinta entrada, muy enfadado, el paisano de George W. Bush. Fue una decisión no exenta de polémica la de Dave Roberts, pues si bien la entrada se había iniciado con problemas serios, Rich se estaba reponiendo y su brazo cargaba con unos cómodos cincuenta y ocho lanzamientos. Decisión, la de Roberts, que resultó más sorprendente por el hecho de darle la bola a Brandon Morrow, teniendo en cuenta su estado de agotamiento y su apocalíptica salida en el partido anterior. Se planteaban @FernandoDiazMLB y Moisés Molina si la llamada al californiano era una muestra de confianza o de desesperación por parte del manager local, interesante debate. En todo caso, Morrow sacó a los Dodgers del atolladero en la quinta, cuarto pitcher en la historia de las Series Mundiales en lanzar cuatro partidos seguidos.
Empezaba la séptima entrada con los Dodgers por delante 2-1, demasiado premio para los locales con lo visto hasta entonces, con un testimonial Tom Watson y Kenta Maeda en el montículo, por el otro lado Joe Musgrove, quien se llevó el 3-1, anotado por Joc Pederson, a través de home run, la evolución del israelí en la presente temporada da para varios documentales. Además de ser el primer Dodger en la historia en conseguir cinco hits de bases extra en cinco partidos consecutivos de las Series Mundiales.
Dave Roberts decidió darle las dos últimas entradas a Kenley Jansen, no había salido bien el mismo experimento en el segundo partido, estuvo preciso, estuvo perfecto, fue el de la temporada regular, cerró el partido. 3-1.
Los Dodgers resucitaron en la noche de los muertos, tendremos séptimo partido, hoy mismo, no hay descanso. Cinco veces han jugado los angelinos este partido unas Series Mundiales, únicamente han logrado vencerlo como visitantes.