En el anterior capítulo sobre cromos de béisbol hablábamos del origen del cromo de béisbol, cómo comenzó a aparecer en paquetes de cigarrillos y después en caramelos para acabar siendo incluido en chicles, comenzando de esta forma la Era Moderna del hobby. Décadas después, la mayor popularidad de estas tarjetas, el aumento de su calidad y el inicio del negocio de compra-venta de ejemplares antiguos motivaron la creencia, casi siempre incorrecta, de que una buena colección podría venderse tras el paso de los años por una fortuna. Si bien es cierto que muchos cromos del siglo XIX y de principios del siglo XX tienen un precio exorbitado, también hay que tener en cuenta que las tiradas de aquella época no eran equiparables a las actuales. Por ejemplo, las tarjetas de Ty Cobb y Cy Young de la colección T206, ambas editadas en 1910, tienen 673 y 451 ejemplares respectivamente. El incremento de la demanda fue aprovechado por la industria para lanzar más colecciones al mercado, con tiradas más abundantes, lo que propició el comienzo de una burbuja que acabó explotando, llevándonos a la situación actual.
Años 50: la ascensión de Topps.
El lanzamiento de la colección 1952 Topps Baseball marcó un antes y un después en el negocio. Sy Berger, fundador de Topps Gum Company, y el diseñador Woody Gelman idearon un cromo que mostraba en la parte delantera fotografías coloreadas del jugador y su firma; en la parte trasera, además de la información biográfica que ya había añadido Goudey en 1933, proporcionaban una tabla de estadísticas. Se trata de una de las colecciones más famosas de la historia y la más popular tras la Segunda Guerra Mundial, e incluye uno de los cromos más codiciados: el primero editado por Topps de Mickey Mantle, el jugador más coleccionado, y que daría lugar posteriormente a la fiebre del cromo de béisbol.
Los años siguientes se caracterizaron por la competencia entre Topps y Bowman hasta que ésta fue adquirida por la primera. De este modo, Topps mantuvo una posición privilegiada en el mercado durante los 20 años siguientes. Las colecciones de la década de los 50 destacaron por sus imágenes y su colorido, siendo icónicas no solo por esto, sino también por la presencia de muchos nombres que ahora se pueden ver en el Salón de la Fama. Por otra parte, Fleer, un fabricante de chicles, se dio cuenta de que debía unirse al negocio de los cromos si quería seguir siendo competitivo; así lo hizo en 1959, aprovechando un contrato exclusivo con Ted Williams que le permitió lanzar una colección dedicada únicamente a este jugador. Durante esta década, además, se editaron las tarjetas de rookie de otros jugadores emblemáticos como Hank Aaron, Ernie Banks, Sandy Koufax o Roberto Clemente.
Años 60.
Los años 60 trajeron consigo cromos de gran interés, con colecciones de nuevo rebosantes de futuros integrantes del Salón de la Fama. El dominio de Topps no se vio en ningún momento amenazado por Fleer, que continuó lanzando sets hasta 1963, cuando se vio obligado a dejar el negocio tras haber sido llevado a juicio por su competidor. En 1960 y 1961, debido a los derechos exclusivos de Topps para usar fotos de jugadores de béisbol de la época junto con chicles, Fleer tuvo que conformarse con hacer colecciones de jugadores antiguos, a modo de lección de historia del béisbol. Cansados de no poder competir directamente con Topps, llevaron a cabo un movimiento algo atrevido y lanzaron la colección 1963 Fleer Baseball, con 67 cromos de jugadores en activo. Intentando no violar los derechos exclusivos de Topps para la venta de tarjetas junto con chicles, decidieron distribuirlas con una galleta. Topps llevó el caso a los tribunales y lo ganó, forzando a Fleer a paralizar la distribución antes de que pudieran producir un segundo set. En 1963, Bazooka siguió el camino que había tomado Fleer previamente y lanzó la colección 1963 Bazooka All-Time Greats, con 41 jugadores antiguos, ofreciendo un diseño similar al de las tarjetas encontradas en los paquetes de cigarrillos. Entre los cromos de rookie producidos durante los 60 destacan los de Pete Rose, Nolan Ryan, Reggie Jackson o Carl Yastrzemski.
Años 70 y comienzo de los 80: el fin de un monopolio.
La siguiente década vio surgir estrellas como Ozzie Smith, Mike Schmidt y George Brett, cuyos cromos de rookie fueron distribuidos por Topps. Las colecciones producidas durante estos años son consideradas como las últimas con categoría vintage, y marcaron el fin de la época del coleccionismo por diversión para dar paso al coleccionismo como inversión. A principios de los 70 otras compañías, principalmente Kellogg’s, empezaron a incluir tarjetas premium en sus productos. Comenzando en 1970, durante tres años consecutivos el fabricante de cereales distribuyó cromos con aspecto 3D que siguen siendo famosos en la actualidad. Poco tiempo después, en 1975, Fleer y Topps se vieron de nuevo envueltos en un litigio. Fleer había pedido a Topps que desistiera de sus derechos exclusivos y les permitiera producir cromos de jugadores en activo. Ante la negativa, la compañía demandó a Topps y a la Major League Baseball Players Association (MLBPA). El proceso se mantuvo durante varios años hasta que Fleer ganó el caso en 1980. En 1981 Fleer comenzó a incluir cromos en sus chicles, pero ese mismo año Topps apeló con éxito la decisión. Tras otro periodo de contienda, las dos compañías acordaron en 1983 que Fleer podría continuar vendiendo cartas de béisbol, pero no podría hacerlo junto con sus chicles. Este acuerdo abrió una puerta a otras empresas como Donruss, que habían estado esperando su momento para unirse al negocio. La evaporación del monopolio de Topps y la aparición de más productores propició la formación de la burbuja que más tarde estallaría.
La fiebre de los cromos de béisbol.
A pesar de que el coleccionismo se dirigía especialmente a niños, aún había adultos que habían seguido coleccionando durante décadas y que empezaban a buscar los especímenes más raros. Entre ellos se encontraba James Beckett, un profesor de estadística de la Bowling Green State University que comenzó a encuestar a gente implicada en el hobby sobre los precios que habían visto o pagado por ciertos cromos. Con esta información, en 1979 publicó la primera edición de la guía de precios que lleva su nombre. Aunque al principio solo los coleccionistas más fervientes tenían un interés económico, con el objetivo principal de conseguir piezas raras o únicas, pronto el público general vio algo más que diversión en los cromos de béisbol. El aumento continuado de la inflación en aquella época motivó que muchos individuos con activos invirtieran en bienes tangibles como el oro, obras de arte e incluso cromos de béisbol. El interés por éstos seguía in crescendo y, tras ver cómo el precio de las cartas de Mickey Mantle editadas en los años 50 alcanzaban las cinco cifras, mucha gente, incluso aquella con un menor nivel adquisitivo, comenzó a acaparar cromos en busca del nuevo Mickey Mantle y a participar en la compra-venta a un nivel menor, por lo que en 1984 Beckett inició la publicación de la guía de precios mensual Beckett Baseball Card Monthly.
Con la entrada al negocio de viejas y nuevas compañías (Fleer y Donruss en 1983, Score en 1988 y Upper Deck en 1989), el mercado se plagó de colecciones. Upper Deck, convencida de que debía ofrecer un producto de mayor calidad, aplicó a su producción sobres sellados a prueba de alteraciones, logotipos holográficos en todos sus cromos y un cartón con más gramaje. Esto le permitió aumentar el precio de los paquetes, que por primera vez alcanzaron los 99 centavos. Topps siguió el modelo de Upper Deck y para su primera colección con calidad especial resucitó la marca Bowman que había comprado más de 30 años atrás. En 1992 estas innovaciones se trasladaron a las colecciones básicas de la mayoría de productores y todos los precios subieron de los clásicos 50 centavos; durante este año, además, se comenzaron a incluir cromos especiales (inserts) en los sobres. Como última incorporación en aquel año, Topps creó los gold parallels, aún presentes en las colecciones actuales del fabricante; se trata de variaciones del cromo original que presentan un brillo dorado y una tirada limitada. En 1993, Fleer y Topps lanzaron sus colecciones de calidad superior: Flair y Topps Finest, respectivamente; esta última fue la primera en incluir tarjetas con refracción, que le daban un efecto de brillo arcoíris al moverla. Como últimas innovaciones destacables en el siglo XX, Fleer comercializó por primera vez cromos de espécimen único y Upper Deck introdujo material y equipamiento usado para generar interés. De esta forma, algunos de sus paquetes contenían cartas con trozos de camisetas, guantes, bates, gorras o bases usadas por un jugador o pertenecientes a un estadio.
Mientras tanto, el precio de los cromos y la especulación seguían en aumento. Cuando Beckett lanzó el primer número de su revista, las cartas de rookie de Pete Rose (1963) y de Mike Schmidt (1973) valían 5 dólares y 12 centavos, respectivamente. En 1984, cuando se lanzó la guía Beckett mensual, los precios iban por 350 y 65 dólares. En 1994 alcanzaron los 1100 y los 425 dólares. Hoy, los precios de especímenes en buen estado se acercan a los 150000 y a los 3000 dólares. A mediados de los 90 muchos coleccionistas seguían guardando sus cromos esperando el momento propicio para vender, mientras que otros comenzaron a participar en un mercado de compra-venta dejándose llevar por el ansia y la impaciencia. Sin embargo, los productores habían estado lanzando colecciones con unas tiradas inmensas para satisfacer la demanda, por lo que la mayoría de cartas de finales de los 80 y principios de los 90 tienen un valor escaso, y cromos como el de rookie de Ken Griffey Jr., ahora en el Salón de la Fama, se pueden obtener por unos 25 dólares en buen estado de conservación debido a la sobreproducción; en 1989 el mismo espécimen podía llegar a venderse por 150 dólares. Durante aquellos años hubo gente que desembolsó mucho dinero por cartas que hoy no valen nada, y quienes obtuvieron un mayor beneficio fueron los que vendieron en lugar de acaparar; los que no lo hicieron han visto, en la mayor parte de los casos, cómo su colección coge polvo en un desván sin posibilidad de venderla, o pudiendo deshacerse de ella a un precio muy lejano al que soñaron hace años.
Una situación insostenible.
Coincidiendo con el cambio de siglo, el precio de las licencias y las regulaciones llevadas a cabo por la MLB y la MLBPA marcaron el fin de la era especulativa y, tras el desengaño, el negocio comenzó de nuevo a estabilizarse. Las innovaciones aplicadas en los productos para aumentar el atractivo de los cromos, y la fiebre por el acaparamiento habían provocado que las compañías lanzaran colecciones diferentes con una frecuencia mensual. Por otra parte, los pagos de licencias y los contratos con jugadores habían motivado un aumento de precios que generó un mercado difícil de sostener. Score, que había cambiado su nombre a Pinnacle Brands, se retiró del negocio en 1998; Fleer entró en bancarrota en 2005 y fue adquirida por Upper Deck; y Donruss perdió la licencia de la MLB en 2006 y sería comprada por Panini en 2009.
Durante aquellos años la MLBPA decidió limitar el número de empresas que podían producir cromos de béisbol para eliminar el exceso de producción y consolidar el mercado. En 2006 la decisión se hizo efectiva, quedando solo dos compañías con licencia: Topps y Upper Deck.